A Brian De Palma le encantan los ejercicios de estilo, películas en las que la verosimilitud es lo de menos y lo realmente importante es cómo están construidas las escenas y qué recursos formales emplea. Esta película pertenece a ese grupo y aunque no es de las mejores de su autor se puede disfrutar si no se toma muy en serio.
Aquí lo importante no son las complicadas motivaciones psicológicas del malo sino cómo usa De Palma la cámara lenta, la cámara subjetiva, cómo nos sorprende con esas escenas oníricas,...
Da la sensación de que De Palma nos ha querido dejar él mismo la parodia de su estilo en vez de esperar a que la haga Mel Brooks.