Es un ejercicio de imagen, una forma particular de contar una historia en una película. Por eso habrá gente que le gustará, como me ha pasado a mi, y gente que ala que le parecerá un latazo. A este segundo caso contribuyen la duración del metraje, la casi total ausencia de diálogos y las imágenes en blanco y negro, algo a lo que la mayoría de los espectadores no están acostumbrados. Hay una historia real, una historia de amor de un muchacho homosexual, pero el director nos ofrece elementos surrealistas perfectamente integrados en la historia para que el espectador vaya más allá de lo que ve e interprete lo que está viendo, en particular los sentimientos. Algo muy destacable en esta película es la iluminación, lo que le permite al director de fotografía obtener planos de una gran belleza, aunque seguramente no obtendría ningún oscar ya que la mejor fotografía está cargada de erotismo. Este erotismo lo transmite así mismo la cámara que se mueve perfectamente en los ambientes donde se producen los encuentros sexuales, destacando, para a mi modo de ver, los movimientos de la cámara por los servicios y pasillos del cine y del parque donde los gestos y las miradas son de lo más incitante. Gestos y miradas que los actores, todos ellos muy jóvenes y de cuerpos atractivos, saben transmitir en todo momento y muy particularmente en las relaciones sexuales. Alguien dijo que es más fácil filmar en el desierto con cien camellos, mil soldados y muchos vehículos de guerra, que una escena de amor en una cama con dos cuerpos desnudos. Aquí el director consigue toda la credibilidad de sus actores sea en la cama, apoyados en la pared o donde sea.