Así, a palo seco. Una historia de aventuras, un viaje de siete personas que han dejado todo atraídos por los anuncios de los periódicos que hablan de la fiebre del oro en la región del Yukon. Estamos entre 1896 y 1898.
Cada uno con su pasado a cuestas en busca de una nueva vida.
Y son precisamente los maravillosos paisajes que encuentran en el camino, magníficamente fotografiados lo que de verdad da sentido a la cinta. Bosques espesos, senderos intrincados, troncos y palos secos cruzados en medio del camino.
Un guion sencillo pero desarrollado con una realización demasiado lenta, premiosa, sin ritmo, largos silencios rotos con solos de guitarra eléctrica o de banjo. Todo muy ... germánico. Frío. Témpanos. Se echa de menos algo de más nervio o de brío.
El viaje aquí está desprovisto de toda esa épica que ha enriquecido siempre al western. El director prefiere enfatizar la dureza inhumana del mismo, las tremendas dificultades que opone el camino ante las que sucumben poco a poco viajeros y bestias. Desesperanza frente a épica. Únicamente una mujer aparentemente débil, Emily Meyer (Hoss), proseguirá el camino. Excelente su interpretación apoyada en una mirada de gran expresividad.
Con demasiada parsimonia vamos conociendo algún detalle del pasado de los aventureros. Poca cosa. Tampoco se presta mucha atención a las relaciones entre ellos.
Toques naturalistas, hiperrealistas, como la amputación de un pierna, "ris-rás", para evitar la gangrena consecuencia de meter el pie en un cepo para osos.
Eso sí, la ambientación, vestuario y otros detalles técnicos resultan impecables.
Pero para recomendar una película hace falta algo más. En cualquier caso disfrutarán quienes gusten del cine de aventuras por parajes de gran belleza.