Lo mismo que Bartolo, que vendió el coche para comprar gasolina. Pues eso, una entrega más de la saga de Sartana (Hilton), ahora con el oro de los mineros de Apaloosa que todos quieren robar: unos mejicanos (pintados como siempre piojosos y cochinos) al mando de El Mantas, el propio dueño del banco Sam Spencer y los inútiles que tiene a su cargo, una pelirroja cabaretera y, por si fuera poco, además de Sartana (de negro riguroso) hace su aparición Sabata (Southwood), un dandy vestido de color crema y tocado con una sombrillita rosa. Vamos como un bocadillo de blanco y negro.
La acción es un auténtico lío, yo creo que al director le da exactamente igual, lo que interesan son las escenas lentas, largas, los tiroteos y los muertos. Mueve la cámara volviendo loco al más pintado al estilo de Valerio Lazarov, en las cabalgadas vamos saltando al compás de los caballos, hay escenas con la pantalla partida en tres, en otras nos vuelve la imagen cabeza abajo para que veamos como lo ve el que ha caído, sin que falte el zoom y los primerísimos planos en la presentación. Entre otras virguerías técnicas.
Casi lo mejor es la escena que se produce en un saloon solitario, el pueblo creo que significativamente se llama Cementerio, cuando Sartana pregunta "¿Qué se puede hacer por las noches aquí?" y lacónicamente le contestan: "Ahora se duerme". Nada, todos a dormir pues.