La nostalgia es la base sobre la que se sustenta este cortometraje animado japonés (nada que ver con el estilo habitual del anime, por si te lo estabas preguntando) que se llevó un Oscar seguramente por tocar esa fibra sensible que a todos nos llega y nos cala muy hondo: Los recuerdos de vejez, la soledad de la persona mayor que solo vive con su pasado a falta de un presente que es solitario y sórdido.

Aquí los recuerdos no solo están en la memoria del anciano protagonista sino que se escenifican muy inteligentemente en una casa que literalmente se ha ido construyendo no solo a base de ladrillos, sino de la propia memoria y todo lo que allí se vivió.

El argumento es sencillo: Un anciano vive en la soledad de su casa rodeada por el mar. Un buen día sube la marea y el anciano se ve obligado a construir un nuevo piso encima del inundado. Accidentalmente se le cae su inseparable pipa a la zona inundada y decidido, se enfunda un traje de buzo y baja a buscarla. El viaje por los sucesivos pisos de su casa que han quedado inundados por el mar le retrotrae a todos los recuerdos vividos allí.

La forma de contarlo es realmente evocadora, sin ni una sola palabra, y termina introduciéndose como la magnífica banda sonora que lo acompaña.

No es innovador ni su historia es original (sí lo es su ejecución), sin embargo su propuesta es tan honesta y clásica que resulta un trabajo más que apreciable y sin duda merecedor de dedicar 12 minutos de tu tiempo a contemplarlo porque no te arrepentirás.