Algunas veces, cuando la gente lanza sus argumentos en defensa de determinada película, me pregunto si estarán hablando en serio o en broma, si creerán en lo que dicen o lo dicen sólo porque creen que así sonarán más cultos o intelectuales o, en fin, qué cosa hay realmente tras esos alegatos para mí tan absurdos. En el caso de esta película, incluso algunos detractores alabaron el hecho de que estuviera hablada en latín y en arameo, los idiomas de la época de Jesús. Pero hasta donde sé, el latín de esta película es tan burdo que hizo reír a mandíbula batiente a quienes entienden dicha lengua. Y para quienes no lo entendemos, igualmente podría haber estado hablada en finlandés, swahili, chino, aklo, klingon o quenya, ya que sin los subtítulos estamos de cualquier modo absoluta y totalmente perdidos. Ese es el maravilloso mérito de esta maravillosa película, que deleitará sólo a los sádicos de corazón y a quienes alberguen enconada animosidad, fuera por el motivo que fuere, hacia Jesucristo. Cachetazos, latigazos o simples insultos están a la orden del día, pero el regodeo más morboso está en los detalles de la crucifixión. Soy creyente, pero podría ser el más ateo de los ateos, que esta película seguiría provocándome rechazo. Si por lo menos la Resurrección se mostrara con el mismo detallismo, tendríamos ahí un terrón de azúcar para compensar tanto trago amargo. Pues no. Y a quien justifica todo ese torrente de crueldad visual arguyendo que LA PASION DE CRISTO no hace cino ceñirse estrictamente al relato evangélico: si realmente creen eso, tengo varios puentes para venderles. Mel Gibson, muchacho, ya sabes dónde puedes meterte tu película.