Decía el mayor metafísico del siglo XX, René Guenón, que occidente había caído en manos del satanismo inconsciente. Qué razón tenía. En nuestro mundo diariamente alabamos obras de indudable calidad artística pero que son al mismo tiempo perversas, diabólicas e intrínsecamente dañinas. “El quimérico inquilino” es un buen ejemplo de ello.

Cuando se visiona, la locura maléfica está presente en cada plano, y la atracción que despierta es claramente malsana. Ya comentaba en alguna crítica anterior que Roman Polanski es el director satánico por antonomasia, muchas de sus películas no son terror para adolescentes hechas para sacar taquilla, no, son películas planteadas desde un oscurantismo palpable y creadas por una mente que conoce muy bien el mal. Estoy seguro que a la Iglesia de Satán y sus acólitos les encanta esta historia.

El Diablo es un ser muy inteligente, conoce todas las lenguas, tiene toda la cultura posible, ha leído todos los libros que existen y ha visitado todos los lugares del mundo. Y se actualiza. Utiliza las nuevas tecnologías y también el cine. “El quimérico inquilino” utiliza a Polanski, pero detrás está él.

Lamentablemente muchos se han dejado engatusar, esto no es Kafka como algunos dicen, ya que en el escritor checo no atisbo de exaltación de la maldad, sino de incomprensión social, que es diferente. No hay ni siquiera el humor de Alex de la Iglesia en “La Comunidad” a modo de película de género. No, lo que aquí tenemos es un proceso de manipulación subliminal de la psique del espectador.

Los que adoran esta película es evidente que tienen un punto luciferino. El mal, aunque se presente de forma artística, es mal, aunque para muchos relativistas contaminados de posmodernidad es demasiado tarde.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo te expulso del corazón de toda la buena gente Satanás. Amén