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Manuel rating:
8
7.7
55,364
Drama. Comedy
At age 42, Rafael Belvedere is having a crisis. He's overwhelmed by his responsibilities and just isn't having any fun. He has spent most of his life frantically trying to run the restaurant his father Nino founded. He has achieved success, but continues to live in the old man's shadow. He rarely visits his aging mother Nora. His ex-wife is bitter towards him because he doesn't spend enough time with their daughter. And finally, Rafael ... [+]
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- es
July 25, 2018
2 of 2 users found this review helpful
¿Drama con pinceladas cómicas? ¿Comedia con ribetes dramáticos? Dejando a un lado encuadramientos de género, El hijo de la novia es, sobre cualquier otra consideración, cine clásico, cine grande, cine hecho con el corazón, puro extracto de vida.
Y es cine clásico porque explota sabiamente las convenciones de género en cada una de sus facetas: por ejemplo, esa música de violines agudos que te sitúa al borde del llanto en los momentos más duros se contrapuntea con diálogos chispeantes e ingeniosísimos en los pasajes más divertidos; y todo ello, en un devenir de la trama que te lleva imperceptiblemente de la sonrisa a la lágrima en cada voluta en que se despliega la historia, no por cotidiana y sencilla, menos atractiva o imaginativa en su planteamiento.
Punto y aparte merecen las interpretaciones. Ricardo Darín y Héctor Alterio, hijo y padre, las bordan, sin fisuras ni altibajos, pero la que realmente toca lo súblime es la gran dama, Norma Aleandro. Su personaje, que daba pie para un muestrario de muecas y desvaríos gestuales tan al uso en películas de otro corte, queda ceñido y controlado para mostrar, puramente, el vacío y el desvalimiento que una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer puede llegar a generar; me cuesta trabajo recordar alguna interpretación de ese nivel dentro de esa tipología de personajes. Tampoco se puede olvidar la presencia, fresca y gratificante, de una Natalia Verbeke que proporciona una agradable sorpresa, mejorando ampliamente su un tanto plana interpretación de Nadie conoce a nadie; o el tierno y afable personaje al que da vida Eduardo Blanco, imprimiendo siempre a su condición de redentor la dimensión precisa. En cuanto al resto del elenco de secundarios, quizá no quepa hacerles mayor elogio que el de reseñar que rayan a idéntico nivel que los protagonistas (es decir, altísimo).
[Continúa en Zona spoiler].-
En definitiva, una muestra más (y cuán brillante) de la actual pujanza del cine argentino, una cuestión de talante y talento, y una demostración de que, cuando este segundo corre a raudales, otras consideraciones (como las económicas) bien pueden pasar a un segundo plano.
* Este texto data en origen del 11 de febrero de 2002, y, hasta donde la memoria me alcanza, no fue publicado.
Y es cine clásico porque explota sabiamente las convenciones de género en cada una de sus facetas: por ejemplo, esa música de violines agudos que te sitúa al borde del llanto en los momentos más duros se contrapuntea con diálogos chispeantes e ingeniosísimos en los pasajes más divertidos; y todo ello, en un devenir de la trama que te lleva imperceptiblemente de la sonrisa a la lágrima en cada voluta en que se despliega la historia, no por cotidiana y sencilla, menos atractiva o imaginativa en su planteamiento.
Punto y aparte merecen las interpretaciones. Ricardo Darín y Héctor Alterio, hijo y padre, las bordan, sin fisuras ni altibajos, pero la que realmente toca lo súblime es la gran dama, Norma Aleandro. Su personaje, que daba pie para un muestrario de muecas y desvaríos gestuales tan al uso en películas de otro corte, queda ceñido y controlado para mostrar, puramente, el vacío y el desvalimiento que una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer puede llegar a generar; me cuesta trabajo recordar alguna interpretación de ese nivel dentro de esa tipología de personajes. Tampoco se puede olvidar la presencia, fresca y gratificante, de una Natalia Verbeke que proporciona una agradable sorpresa, mejorando ampliamente su un tanto plana interpretación de Nadie conoce a nadie; o el tierno y afable personaje al que da vida Eduardo Blanco, imprimiendo siempre a su condición de redentor la dimensión precisa. En cuanto al resto del elenco de secundarios, quizá no quepa hacerles mayor elogio que el de reseñar que rayan a idéntico nivel que los protagonistas (es decir, altísimo).
[Continúa en Zona spoiler].-
En definitiva, una muestra más (y cuán brillante) de la actual pujanza del cine argentino, una cuestión de talante y talento, y una demostración de que, cuando este segundo corre a raudales, otras consideraciones (como las económicas) bien pueden pasar a un segundo plano.
* Este texto data en origen del 11 de febrero de 2002, y, hasta donde la memoria me alcanza, no fue publicado.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Una película de este tenor está, necesariamente, trufada de escenas de gran intensidad, pero si he de resaltar alguna es la del “reencuentro” entre madre e hijo, punto de inflexión tanto en el desarrollo de la historia como en la decantación del personaje protagonista hacia su definitivo cambio de rumbo personal: pone los pelos de punta. Tampoco olvidaré el diálogo entre el protagonista y el sacerdote (divertidísimo) o el final, una resolución precisa y preciosa, que abarca todas las dimensiones humanas desplegadas en el metraje anterior, y, además, pone al “pastel” una guinda que no desmerece en lo más mínimo a sus deliciosos sabores.
[Vuelve a la crítica originaria].-
[Vuelve a la crítica originaria].-