Es muy difícil no dejar de reírse al ver como el castillo al que se refiere el título de la película es el castillo de Laputa. El pobre Miyazaki no lo sabía y, lo raro, es que nadie se lo dijera. No es que el español sea un idioma poco extendido como para que algún amante de flamenco japonés no se lo dijera. Supongo que no se aprenden las palabra gruesas.

Aparte de esta inevitable pero remarcaba anécdota, la película es una delicia visual, como todas las del autor, que aquí disfruto enormemente al tener ese componente aereo que tanto le gustaba a Miyazaki (no hay mas que ver Porco Rosso) La nave de los malos es una pasada y la imaginación desplegada por todo el metraje es desbordante.

Por lo demás, una película más al nivel habitual de Miyazaki, tan disfrutaba pero que deja huella más en el conjunto de sus filmes que no en uno en particular.