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Fernando Polanco rating:
6
7.3
5,229
Romance. Drama
The final instalment in Eric Rohmer's Tales of the Four Seasons. Magali is a middle-aged widow and wine-grower living in the Rhone valley. She pines for a new man in her life, but doubts whether she will ever find someone. Her friend, Isabelle, puts a lonely hearts ad in a newspaper and manages to get a response. All she has to do now is contrive for Magali and her prospective new boyfriend to meet. Unfortunately, Magali’s son’s ... [+]
Language of the review:
- es
January 17, 2010
5 of 6 users found this review helpful
“Cuento de Otoño” (1998) Éric Rohmer
Era la primera vez que me enfrentaba a una de las películas de este (cito) “pintor de sensaciones”. La tinta de los periódicos que hicieron eco de su fallecimiento sigue fresca. Es muy difícil juzgar en esta situación la obra de un artista (de un “maestro”, según encabezaron todas las reseñas).
“Cuentos de las cuatro estaciones” es una de esas sagas europeas que poco tienen que ver con las secuelas hollywodienses. Aquí la continuidad de un título no depende de la recaudación ni de estrategias de mercado; este tipo de franquicias se atiene a la reflexión alrededor de un tema o un concepto por parte de un autor. Así, combatiendo la sombra de ilustres como Kieslowski (Tres Colores), Haneke (Trilogía Glaciar) o Von Trier (Trilogía de Los Corazones de Oro), Rohmer habla del amor y el engaño a través de personajes que se relacionan en diferentes épocas del año. “Cuento de Otoño” cierra el ciclo.
La campiña francesa es para Rohmer como su cine: un mundo de mujeres. Los hombres están relegados a un segundo término, por detrás de la naturaleza. Ya en los primeros minutos el autor reescribe un pasaje bíblico en El Edén. Dos mujeres, Eva (Isabelle) y Eva (Magali), se desnudan (emocionalmente) mientras pasean en comunión con el paraje. Hay una tensión sexual en las caricias a las viñas, las ramas se agarran a la ropa. Magali no solo come del fruto sino que lo cultiva, defiende lo salvaje (no quita las retamas porque no quiere utilizar productos químicos) y se considera más “una artesana que una explotadora” (¡al habla el propio Rohmer!); además, en su retiro, no explota la tierra, la reverencia (todo un manifiesto ecologista).
Y se siente sola.
Isabelle tiene un matrimonio secular. Se propone ayudar a Magali en la búsqueda de un hombre. Pero se ve que no entendió bien el manual para la buena Celestina y tantea en persona a uno de los candidatos. Por otra banda, Rosine, yerna de Magali, invita a su exnovio (un cuarentón sucumbido a sus encantos de lolita) a conquistar a su suegra.
Pero en esta maraña de relaciones hay un vector común. Todos, solitarios, sienten algo por Magali y la convierten en su centro emocional. Personifican en ella su propia soledad. Véase desde la curiosidad de sus pretendientes masculinos al negado afecto materno-filial de Rosine o el extraño cariño ¿lésbico? de Isabelle en su crisis de los cuarenta.
(SIGUE SIN SPOILERS)
Era la primera vez que me enfrentaba a una de las películas de este (cito) “pintor de sensaciones”. La tinta de los periódicos que hicieron eco de su fallecimiento sigue fresca. Es muy difícil juzgar en esta situación la obra de un artista (de un “maestro”, según encabezaron todas las reseñas).
“Cuentos de las cuatro estaciones” es una de esas sagas europeas que poco tienen que ver con las secuelas hollywodienses. Aquí la continuidad de un título no depende de la recaudación ni de estrategias de mercado; este tipo de franquicias se atiene a la reflexión alrededor de un tema o un concepto por parte de un autor. Así, combatiendo la sombra de ilustres como Kieslowski (Tres Colores), Haneke (Trilogía Glaciar) o Von Trier (Trilogía de Los Corazones de Oro), Rohmer habla del amor y el engaño a través de personajes que se relacionan en diferentes épocas del año. “Cuento de Otoño” cierra el ciclo.
La campiña francesa es para Rohmer como su cine: un mundo de mujeres. Los hombres están relegados a un segundo término, por detrás de la naturaleza. Ya en los primeros minutos el autor reescribe un pasaje bíblico en El Edén. Dos mujeres, Eva (Isabelle) y Eva (Magali), se desnudan (emocionalmente) mientras pasean en comunión con el paraje. Hay una tensión sexual en las caricias a las viñas, las ramas se agarran a la ropa. Magali no solo come del fruto sino que lo cultiva, defiende lo salvaje (no quita las retamas porque no quiere utilizar productos químicos) y se considera más “una artesana que una explotadora” (¡al habla el propio Rohmer!); además, en su retiro, no explota la tierra, la reverencia (todo un manifiesto ecologista).
Y se siente sola.
Isabelle tiene un matrimonio secular. Se propone ayudar a Magali en la búsqueda de un hombre. Pero se ve que no entendió bien el manual para la buena Celestina y tantea en persona a uno de los candidatos. Por otra banda, Rosine, yerna de Magali, invita a su exnovio (un cuarentón sucumbido a sus encantos de lolita) a conquistar a su suegra.
Pero en esta maraña de relaciones hay un vector común. Todos, solitarios, sienten algo por Magali y la convierten en su centro emocional. Personifican en ella su propia soledad. Véase desde la curiosidad de sus pretendientes masculinos al negado afecto materno-filial de Rosine o el extraño cariño ¿lésbico? de Isabelle en su crisis de los cuarenta.
(SIGUE SIN SPOILERS)
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Spoiler:
“Cuento de otoño” es una película tangible. En sus texturas, sus olores y sus sabores. No sólo por sus localizaciones naturales (que me llevaron desde el principio a la “Tierra” de Julio Medem), también por su reincidencia en los momentos culinarios. Para Rohmer, todo gira en torno a los rituales del comer y el beber, verdaderas ceremonias de la vida. Así, era inevitable poner el broche con una boda, la comunión culmen de estos placeres.
Masticar con paciencia y reposar son dos pilares para la buena digestión, también para el tratamiento formal de esta cinta. Planos pausados, con tímidos reencuadres, planificación sintética y una mirada que dramatiza desde la distancia.
Por otra parte, el diseño de sonido se convierte en nuestro sentido olfativo. Con un gusto por el detalle (al contrario que la cámara), e inmunidad naturalista (llegando a solapar algunos diálogos), crujidos, roces, graznidos o goteos nos insuflan un 3D sonoro que ni Ben Burtt en Dagobah.
Y, con el estómago lleno, ocupémonos ahora de otros asuntos.
Fernando Polanco Muñoz
Masticar con paciencia y reposar son dos pilares para la buena digestión, también para el tratamiento formal de esta cinta. Planos pausados, con tímidos reencuadres, planificación sintética y una mirada que dramatiza desde la distancia.
Por otra parte, el diseño de sonido se convierte en nuestro sentido olfativo. Con un gusto por el detalle (al contrario que la cámara), e inmunidad naturalista (llegando a solapar algunos diálogos), crujidos, roces, graznidos o goteos nos insuflan un 3D sonoro que ni Ben Burtt en Dagobah.
Y, con el estómago lleno, ocupémonos ahora de otros asuntos.
Fernando Polanco Muñoz