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el pastor de la polvorosa rating:
8
6.3
300
Language of the review:
- es
March 26, 2017
10 of 12 users found this review helpful
Para disfrutar de esta “Bella durmiente” no es necesario conocer las películas anteriores de Arrietta, que gracias al fervor de algunos admiradores empieza a ser recuperado como uno de los cineastas míticos del nutrido “underground” español (aunque su obra sea mayoritariamente francesa). Tampoco hay que asustarse por el aura vanguardista del cineasta: esta es una película narrativa y clara como el estanque de un palacio, y el único riesgo es que parezca, en nuestros tiempos acostumbrados a que la brutalidad forme parte inseparable del entretenimiento, demasiado inocente.
El cine de Arrietta cree en las hadas y en los ángeles, y su forma es coherente con esta creencia: en un mundo mágico no cabe ninguna imagen gratuita o redundante. La profecía de una rana se cumple, sin solución de continuidad, en el plano siguiente; la imagen de la niña es evitada siempre (este es un cuento sin niños, habitado por adolescentes y adultos); unas manos sobre el teclado hacen innecesario un plano general que muestre toda la habitación y el piano. En manos de un poeta menos cuidadoso una película como esta podría haber resultado cursi o naïf, pero Arrietta consigue que los personajes parezcan verdaderamente figuras de cuento, venidas de otra época anterior a la invención del cine.
Pero la condición mítica de los personajes no implica que vivan en el pasado: al modo de la Pandora de Albert Lewin o el Orfeo de Jean Cocteau, el príncipe Egon inaugura la película tocando la batería, y poco después monta en helicóptero con su preceptor a las afueras de su palacio neoclásico.
“Bella durmiente” conserva un toque de vida que la distingue de muchas películas recientes, no solo de género fantástico, a las que los procesos de posproducción y etalonaje digital convierten en flores de plástico, frutas pálidas de invernadero. Entre los actores se alternan figuras bien conocidas (Ingrid Caven, Mathieu Amalric, Serge Bozon) con otras nuevas, como Niels Schneider o la excelente Agathe Bonitzer. La trama es fiel al cuento clásico de Grimm y Perrault, que se combina con “Brigadoon”; para los detalles, el cineasta reconoce haberse inspirado en las ilustraciones silueteadas de Arthur Rackham, que datan más o menos de la época en que queda suspendida la vida de la corte legendaria de Kentz.
El cine de Arrietta cree en las hadas y en los ángeles, y su forma es coherente con esta creencia: en un mundo mágico no cabe ninguna imagen gratuita o redundante. La profecía de una rana se cumple, sin solución de continuidad, en el plano siguiente; la imagen de la niña es evitada siempre (este es un cuento sin niños, habitado por adolescentes y adultos); unas manos sobre el teclado hacen innecesario un plano general que muestre toda la habitación y el piano. En manos de un poeta menos cuidadoso una película como esta podría haber resultado cursi o naïf, pero Arrietta consigue que los personajes parezcan verdaderamente figuras de cuento, venidas de otra época anterior a la invención del cine.
Pero la condición mítica de los personajes no implica que vivan en el pasado: al modo de la Pandora de Albert Lewin o el Orfeo de Jean Cocteau, el príncipe Egon inaugura la película tocando la batería, y poco después monta en helicóptero con su preceptor a las afueras de su palacio neoclásico.
“Bella durmiente” conserva un toque de vida que la distingue de muchas películas recientes, no solo de género fantástico, a las que los procesos de posproducción y etalonaje digital convierten en flores de plástico, frutas pálidas de invernadero. Entre los actores se alternan figuras bien conocidas (Ingrid Caven, Mathieu Amalric, Serge Bozon) con otras nuevas, como Niels Schneider o la excelente Agathe Bonitzer. La trama es fiel al cuento clásico de Grimm y Perrault, que se combina con “Brigadoon”; para los detalles, el cineasta reconoce haberse inspirado en las ilustraciones silueteadas de Arthur Rackham, que datan más o menos de la época en que queda suspendida la vida de la corte legendaria de Kentz.
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Spoiler:
Aquí no hay suspense, pues la película termina como el cuento; pero la gracia consiste en ver cómo lo hace Arrietta, cómo rompe el encantamiento sin destruir el encanto. El sueño de la bella durmiente, y de la corte que la rodea, les hace perderse el siglo XX, y con ello, aparte de otras circunstancias de todos sabidas, el desarrollo de la navegación aérea, las telecomunicaciones y el swing; pero ante todo, el siglo XX es el siglo del cine. Cuando el príncipe Egon, después de haber atravesado el bosque, llega al castillo de Kentz, ese mundo decimonónico aparece congelado en la era de la fotografía fija (un ave detenida en pleno vuelo, la lámina de un estanque completamente inmóvil, criados, cocineros, monarcas que parecen no respirar); el movimiento vuelve con el beso del príncipe a la princesa, que restaura el tiempo: el cine ha llegado al reino de Kentz.