Cuando vi a medias (no me dio el cuero para verlas completas) un par de cintas chilenas, “Bonsai” y “El lenguaje del tiempo” y otra italiana dirigida por un verdadero ícono del cine mundial, pero para mí un degenerado anormal, “Salo y los 120 días de Sodoma”, pensé que el cine ya había presentado todo lo malo que existe en materia de exhibición cinematográfica, pero, esta película cargada de premios y elogios se fue al chancho, pues no solo es mala, es repugnantemente mala, morbosa, degenerada, porque no puede ser tratada de otra forma una cinta en la que se aplaude la sodomía; donde se trata de ver el lado positivo a una violación; donde se vitorea el consumo de drogas y el abuso de maricones con pantalones contra las mujeres, sean castas religiosas o rameras. Una bazofia que me imagino fue filmada con su propio celular por un enfermo mental borracho y además con parkinson, pero con uno de esos teléfonos chino de lo más ordinarios y picantes que existen, pues de otra manera no me explico la pésima imagen que se presenta a lo largo de toda esta sarta de imbecilidades. Me importa un pucho que una fotografía borrosa, en continuo movimiento con un juego de luces propio de locos y una música horripilante para muchos sea la más pura expresión del arte moderno, civilizado, globalizado y trasversal (para usar palabras actuales), comparable solo con la expresión artística de un marginal defecando en las escaleras de la catedral o de una mocosa desnutrida mostrando sus escuálidas intimidades a la salida del metro… Para mi es solo basura y ni siquiera reciclable, bueno cada uno con su gusto. No veo lo sublime que tiene contemplar cómo le machucan la cara a un homosexual, ni observar como en medio de obscenidades se viola a una mujer durante largos minutos, para que después el maricón la muela a golpes… Se dice que es la realidad de nuestro tiempo. Si es así, veo que la famosa libertad, igualdad, fraternidad y democracia, nos ha llevado al límite mismo del despeñadero. Mostrar esto no es una advertencia, ni una lección, es simplemente una forma de ganar dinero a costa de los miles de morbosos que encuentran buenísimo lo anormal, que acuden a los cines premunidos con kilos de “pop Corn” a masturbarse con este tipo de aberraciones.