Esto es lo que lee Barton Fink en el libro de registro del Hotel Earl cuando llega allí. Atrás deja una prometedora carrera como dramaturgo en Nueva York. Decide ir a trabajar como guionista a Hollywood -a pesar de sus reticencias- y dar un nuevo giro a su vida.
Es una película sesuda, que da para pensar, en la que la criatura asesina de los Coen tarda en aparecer. Pero los Coen van a lo suyo: Barton Fink, su mundo interior y exterior, representado por el siniestro y mágico Hotel Earl, el cuadro de su habitación, el papel sudoroso de la pared de su habitación, y el mosquito de su habitación. Desde que se ve el hotel por primera vez ya parece un sitio contrapuesto a todo lo que significa Hollywood: decrépito, solitario y descuidado, en el que el botones te recibe saliendo del suelo, de una especie de trampilla desde debajo del mostrador.
El escritor aclamado llega a un nuevo mundo, al mundo solitario y falso y a la vez agresivo y disparatado que es Hollywood. Y en ese ambiente a Fink se le escapan sus ideas grandiosas sobre los hombres corrientes. El mosquito traerá la sangre y la muerte, e iluminará su nueva y más grandiosa obra, que para los tiburones de los estudios no pasará de insuficiente y pretenciosa.
Y al final, el cuadro: una bonita mujer de espaldas mirando al horizonte en una playa. Barton Fink detrás, atrapado, sin saber muy bien qué mierdas ha pasado, ni qué hay en la caja. Como me he quedado yo.

"Estoy levantando un dique trago a trago, ladrillo a ladrillo, construyéndolo para evitar que un río plagado de estiércol entre por mi puerta".