3 de Abril de 1882. Los iconos siempre han renacido de sus cenizas como si ese paso material por la vida fuese parte de una mera formalidad. “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” es una película de iconos sobre un fondo etereo y eterno de nubes. Las nubes pasan y perduran. El filme de Andrew Dominik podría ser ese tratado sobre el tiempo. Las nubes marcan el ritmo, la tragedia. El cristal ya no es cristal... es agua. La visión a través de un cristal… que acaba siendo un espejo de nosotros, de nuestros reucuerdos, de toda una vida que pasa ante nuestros ojos. De esa autodestrucción para posteriormente resugir.
Judás y Jesús. Un cobarde que mira a la espalda de su idolatrada iconización.

Aquí hay una historia de amor hasta las últimas consecuencias. La historia de un chico asustadizo que ama a un mito y acaba matándolo. La única manera de convertirse en otro. Jesse James no fue el único que alcanzó la eternidad pero posiblemente, más allá de uno tiro por la espalda y de ese asesinato que nos anuncia la victima y el verdugo en su título. Una película se puede llamar “El hundimiento del Titanic” o también “El asesinato del cine por el cobarde de Andrew Dominik”. El director de “Chopper” sabía que para iconizar un arte había que matarlo. Predomina ese juego con la camára, otro cristal como los que a través de ellos nos ha mostrado y contado la película.

Ese otro cristal es el objetivo de la propia cámara ante el cadáver del mito. O esa voz en off cuyas imágenes se contradicen con lo que exponen: el icono está por encima de ellas.
Como el propio Jesse narra un asesinato y se distancia en la narración…