El cine de terror no deja de ser, a final del día, cine. Una creación artística en la que trama, narrativa, fotografía y montaje deben ofrecer al espectador una experiencia. El género, en este caso el de terror, puede afectar al contenido de dicha creación, pero no a la forma. Es decir, para que una película de gangsters sea buena, debe tener los mismos elementos que un buen western, pero en vez de con indios y vaqueros, con italo-americanos e irlandeses.

Pues bien, en esta película lo que nos encontramos es una trama aburrida, que no aporta nada nuevo, una narrativa tan mal construida que no consigue en ningún momento ni un mínimo de empatía por los personajes (si acaso por el de Ed Warren y solo en aquellos espectadores que ya la sintiesen por las entregas anteriores) y con un guión plagada de atajos y conveniencias. Las visiones de Lorraine puede ser lo más tramposo y barato que he visto de un guionista en bastante tiempo. La fotografía y el montaje quizá sean los dos aspectos más salvables de la película, pero entre el abuso de clichés y la falta de lugares memorables o de identidad, tampoco da para darle más nota a esta película.