Lo que me queda más claro de esta película es el excelente trabajo de Canet incorporando al protagonista. El resto me da la impresión de dejar al espectador totalmente fuera de juego. Planteada en principio como un thriller, rompe prácticamente con todas las convenciones del género. En primer lugar, el espectador sabe desde el minuto cero quién es el asesino, y se le escatiman en cambio todos los detalles de la investigación policial. Todo el tiempo vive con él, sigue sus pasos, lo acompaña. Y todo con el contrapunto de una banda sonora de connotaciones religiosas. Pero no sólo le resulta imposible empatizar con él, ni siquiera puede llegar a entender sus motivaciones, los porqués de su comportamiento. Al escamotearnos las pesquisas policiales, nos dejan solos elaborando hipótesis. Cuando parece perfilarse una explicación, se nos desbarata enseguida, llevándonos hacia otro lado. No logramos acabar de entender a ese hombre frío, duro, inteligente y manipulador que sólo en algún momento fugaz parece capaz de algún tipo de sentimiento humano. Al final, lo que nos queda es la pura y simple pasión de matar, que el asesino experimenta como la suprema libertad; una pulsión que, sin una justificación psicológica, se convierte en un acto azaroso, casi se diría banal. Por lo menos como planteamiento, me parece interesante.