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Archilupo rating:
8
Western A band of brutal outlaws led by the bitter Pike Bishop (William Holden) is decimated when a railroad company ambush led by Pike's old pal Deke Thornton (Robert Ryan) turns into a bloodbath. Barely escaping, the six survivors head to Mexico with Thornton's cutthroat bounty hunters in hot pursuit. They get on the good side of a Huerta warlord named Mapache (Emilio Fernandez) by taking his commission to steal U.S. Army guns in a daring ... [+]
Language of the review:
  • es
October 11, 2009
69 of 75 users found this review helpful
En el inicio hay un toque a lo Buñuel, quien solía insertar imágenes de animales como metáfora del comportamiento humano: unos escorpiones son entregados a una masa de hormigas rojas por unos niños que sonríen con maligno regocijo.

La película muestra un hormiguero humano, un caos de grupos relacionándose con violencia extrema:
Bandidos disfrazados con uniformes de agentes de la ley.
Agentes de la ley de paisano, actuando como cazarrecompensas y bandidos.
Ciudadanos de clase media, piadosos y antialcohólicos, acribillados por el fuego cruzado.
Los niños que, entre juegos con alacranes a los que añaden fuego, son espectadores de todo y se empapan de ello.
El ejército regular, ridiculizado en su despliegue de torpezas.
El ejército de opereta del general Mapache y sus grotescos asesores prusianos.
Los indios autóctonos: un poblado y los resistentes ocultos en las montañas, grupo éste tratado con simpatía por Peckinpah (de origen indio, como es sabido).

Si la refriega inicial, con la consiguiente matanza, alcanza brutales cotas de violencia, salpicada de detalles crueles, la escena del duelo final, cuatro contra todos, bate de largo el récord que ostentaba “Bonnie and Clyde”. Es un larguísimo final, estilizado mediante un montaje amplificador, a base de ralentizaciones, congelaciones y repeticiones, para mostrar como una danza macabra las caídas de esos cuerpos reventados a balazos y descosidos, por cuyos rotos brotan chorros de sangre.
Un festín para los buitres.

Entre matanza y matanza se suceden rituales del whisky, risotadas estruendosas, visitas al burdel, espectacular voladura de un puente, bellos paisajes fronterizos, todo sobre un trasfondo —recurrente en el director— de lealtad traicionada: dos forajidos veteranos, que un día fueron inseparables y ahora se tiran a matar (sobresalientes William Holden y Robert Ryan).

Si la época de los últimos bandidos se canta aquí con una poesía áspera y tremenda, son en cambio profundamente líricas las breves escenas del abandono del poblado indio, acompañadas de una canción coral y melancólica que llega bien adentro, escenas que significativamente se repiten como colofón.
Todo lo demás es rabia. Rabia en forma de cine.
Archilupo
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