Esta joyita del Buñuel francés es disfrutable a distintos niveles: para entretenerte mientras te comes unas pipas, y también como todo un tesoro de símbolos subterráneos que la hacen hablar de mil cosas por debajo de la narración: el fetichismo sexual; la decadencia de la burguesía y su capacidad de hechizar y absorber a quienes la podrían desestabilizar; el florecimiento de la extrema derecha; el salvajismo frente a la civilización… y en definitiva, la incubación de toda la podredumbre humana que llevará a la Segunda Guerra Mundial.

Todo ello siguiendo la peripecia de una peculiar sirvienta portentosamente encarnada por Jeanne Moreau, que en los años 30 llega a servir a una casona en la campiña. Elemento extraño que ni pertenece a la burguesía ni pertenece a la servidumbre provinciana (“cómo se nota que viene de París” dice con admiración otra criada al ver sus elegantes ademanes). Asistenta poco sumisa que se las sabe todas, y que como un sigiloso ratoncillo burla toda barrera…
Buñuel dijo de ella: “actriz maravillosa, yo me limitaba a seguirla sin apenas corregirla. Ella me enseñó sobre el personaje cosas que yo no sospechaba”.

Buenos personajes; narración clásica pero sorprendente (se pasa de una trama ligera, casi cómica, a un relato criminal); genial simbología animal; inspiradísimas analogías visuales… Buena.