Esta frase que el joven Ingemar repite varias veces a lo largo del film, nos da una idea de las diversos retos que éste tiene que salvar en su accidentada adolescencia; la enfermedad terminal de su madre, la ausencia de su padre tras una separación, el dolor por la perdida de su perrito, el sentimiento de culpabilidad que le invade al chico al no lograr transmitir a su madre enferma el amor que siente por ella.

Todo este sufrimiento que el chico tiene que afrontar ineludiblemente, viene ya predestinado y no lo puede remediar, a lo sumo comparar con otros sucesos de su época, como el de la perrita Laica abandonada a su trágico destino.

Como contrapunto a este drama, el director Lasse Hallström, equilibra la narración con una serie de secuencias divertidas y anecdóticas acontecidas en el ambiente familiar y entrañable del pueblecito donde Ingemar pasará largos periodos de tiempo y donde descubrirá el despertar de su adolescencia.

Una película que te asombra por la sencillez de su narración y que te hace reflexionar sobre lo inexorable de los acontecimientos que pueden llegar a ocurrir, ante los cuales, " siempre es bueno comparar".