La mezcla de formalismo e intencionalidad van de la mano en un concepto final expresivo e intenso en su comedida actitud. Vemos que técnicamente goza de gran calidad visual. Una fotografía colorida con su toque justo de aterciopelada nostalgia, con esa luz siempre oportuna. Todo amoldado a lo que mejor encaja en el sentimiento de la película. La elección de planos secuencia, de cámara paralela, de sus primeros planos o de la cámara estátita muestra una pensada casualidad, para poder mover al espectador solo cuando sea necesario, para señalar, enfocar y distinguir lo importante.
Paralelo a la técnica, Greta Gerwig nos condiciona con la empatía de lo vivido, esa universalidad de temas, que sin ser lo más antológico en su dramatismo vemos con credulidad lo que podemos haber vivido. No es lo peor, no es lo más trágico, es lo compartido lo que nos acerca a la historia y a los personajes. Ese discurso con calidad y con poso. Además la gran maestría interpretativa del reparto actoral infunde sentimiento y credibilidad, verismo y realismo a partes iguales. Unas enormes Saoirse Ronan y Laurie Metcalf que llenan y estrechan lazos fuera de la pantalla que condiciona al espectador a vivirlo. Un acierto de reparto.