He visto esta película, con intervalo de años, cinco veces. Ahora escribo que nunca como en la quinta vez me ha parecido más hermosa, como un poema en prosa.
Pienso incluso que el argumento, en sus escasas peripecias, es lo de menos. Lo demás, desde el punto de vista plástico es la belleza de los encuadres, de la fotografía, de los paisajes. Y desde el punto de vista del guión unos diálogos que nunca son triviales.
Sólo cuatro personajes, todos, menos el marido, complejos y algo desquiciados de mente, que se nos dice que es algo hereditario. Pero a la vez todo se encamina, hacia algo que Bergman tenía siempre presente, hacia la angustia de la duda sobre la existencia o no existencia de Dios. Aquí Bergman dice algo más que en otras películas: el camino hacia Dios no puede ser otro que el amor. Pero, claro, es algo que ya estaba escrito, por san Juan: "Dios es Amor".
Si no interesa todo eso, la película no se entiende.
Quienes, en estas páginas, interpretan que, según la película, Dios es una araña o un helicóptero han entendido bien poco, porque eso, lo de la araña, son las palabras de una persona ya demente. Y lo del helicóptero son simples ganas de ver algo donde no lo hay; simplemente se llevan a la enferma al hospital donde, según ella misma, quiere quedarse.