Bien pudiera pensar uno, en el pasado o en el futuro, que la película sería redonda si, efectivamente, la profesora Clara Clayton se hubiera despeñado como una roca hacia lo más profundo del barranco. Un despeñamiento con agravantes, si caben. Que, es verdad, la irrupción de Mary Steenburgen entre los miembros de un reparto a los que ya casi considerábamos como parte de la familia parecía más un inconveniente que otra cosa. Sin embargo, hoy por hoy, se aviene uno a tolerar esa presencia inoportuna entre Doc y Marty y a enterrarla bajo una lápida y las muchas luces que tiene la trama: la figura de Perro Rabioso, la fantástica música de ZZ Top, el ritmo trepidante o la presencia estelar del sheriff Strickland explicando, a su progenie, que lo mejor para con los vagos es una buena dosis de disciplina.
REGRESO AL FUTURO III fue estrenada el mismo año en que a su protagonista se le detectaron los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson, y, acaso por ello, porque no era concebible que a Michael J. Fox se le relevase en la tarea, la saga terminó por todo lo alto: en el salvaje oeste. Un salvaje oeste trufado de chinos fabricantes de jabón y de otros fundadores de gran empresa familiar, con vocación de perpetuidad, como Jones, emprendedor del estiércol.
Serán también perpetuas las películas de Regreso al futuro, que resisten el paso del tiempo. Igual que el té helado, para sus incondicionales, o las formidables y coloridas novelas de Julio Verne.