Venga, con el corazón en la mano, a vosotros que amáis esta peli: ¿estábais bajo los efectos de las drogas? ¿Os reíais por contagio de las risas de vuestro compañero de asiento? ¿Os habéis autoengañado con que es una obra maestra porque no queréis quedar como unos paletos sin sentido del humor? ¿Os habéis hecho un lavado de cerebro y lo habéis emporcado luego con criterios ajenos para que no os mire mal ese amigo que tanto os la ha recomendado? Si no es nada de esto y de verdad «Los caballeros de la mesa cuadrada» os produce una risa descomunal, entonces soy yo, yo, que no me he reído, la que debería sentirlo por vosotros y no al revés. Siento ser tan dura, pero es que los halagos hacia esta película son tan amplios y excelsos y las puyas a los que tenemos otro sentido del humor tan insistentes, que la disidencia debe ir en sintonía.

Necesito un cero, así de claro. De hecho, un cero es demasiada nota. Sería un menos cero. Un menos, menos, menos cero. No existe puntuación válida para calificar esta obra. Qué digo obra...: es una bazofia innombrable, una sucesión de paridas a las que es injusto llamar absurdas porque lo absurdo es un arte que estos Python no tienen. Lo que hacen estos señores es soltar palabras que unidas forman frases con las que te sangran los oídos de tan horribles que son los gags y los chistes, y poner memeces constantes, implacables, largas y pesadas que componen las escenas, lo que todo junto te aboca sin misericordia hacia el deseo de arrancarte los ojos. Una comedia ineficaz y espantosa que tiene la gracia donde en los dibujos que hacen se meten las trompetas.

Lo único brevemente divertido es el ataque de «la bestia», que además ya conocía. El resto es un humor malo, pésimo y aburrido con el que no me río.

Eso sí, siempre he dicho y me reitero, que cada uno se ríe de lo quiere, ¿no?