Todos los sabíamos, camarada Irina. Todos.

Cine impecablemente inglés para disfrute de los espectadores y cinéfilos; un trabajo preciso, milimétrico, ejecutado con sobriedad y fuerza. Hay algo muy rotundo en las interpretaciones, en las imágenes, en ese equilibrio de espionaje y contraespionaje entre dos bloques gemelos y dispares. La Guerra Fría posee, hay que decirlo, mucho glamour. Tiene algo que parece literario, irreal. Pero lo asombroso es que ocurrió, y por eso el Arte habla tanto de ella y del peligro atómico y moral que recorrió el mundo.

«El cuarto protocolo» consigue hacer un retrato elocuente y verídico, no ya de la crisis que se presenta, sino también de unos hombres que cumplen con su deber, sea cual sea. Pierce Brosnan está arrebatador, irresistible, todo un gentleman soviético, aparente máquina insensible que se enciende de deseo y hasta, quién sabe, de amargura asesina. Sobre Michael Caine he dicho ya mil cosas, así que sólo repetiré que es maravilloso; ¿se puede decir algo más?

La trama, pese a lo enrevesada que pueda parecer por la temática, es una línea recta que empieza y termina sin recurrir a disparates ni desviar la atención de lo que en verdad importa. La película es seria y con seriedad se desarrolla. Si somos exigentes, debemos reconocer que la historia es, simple y llanamente, una historia de espías (muy bien hecha, eso sí) tan de moda en la época, con crítica política incluida, desde luego, pero con emociones y dramatismo poco explotados.

Cumple sobradamente y con estilo su función de que por un momento nos creamos y nos temamos espías. Yo no sirvo para eso, lo sé.