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Jark Prongo rating:
5
6.2
1,638
Drama
In the 90’s, French electronic music is developing at a fast pace. In the exciting Paris nightlife, Paul is taking his first steps as a DJ. With his best friend he creates a duo called Cheers, and they rapidly find their audience. Eden retraces the steps of the “French Touch” generation from 1992 to today, a generation that still enjoys outstanding international success thanks to DJs like Daft Punk, Dimitri from Paris and Cassius.
Language of the review:
- es
May 5, 2015
10 of 12 users found this review helpful
Eden a ratos roza la sublime y en ocasiones –las más- se convierte en tangencial a lo mediocre. Es la aguja que recorre los surcos de ese maxi fulero que su protagonista pincharía en cualquiera de las fiestas de su ruinoso club que resulta sonar a algo que no es un doce pulgadas de Roulé Music. El sello de Thomas Bangalter, el listo y válido de los Daft Punk, no aparece a través de sus sonidos en ninguna ocasión durante todo el metraje, y eso es de llevarse las manos a la cabeza. No por fetichismo mío ni por afán de conferir cierta verosimilitud a lo narrado –que en cierta manera es deseable en la medida que Eden recoge las vivencias del hermano de la directora, Mia Hansen-Love, e intenta enmarcarlas en su contexto temporal y geográfico, la Francia noventas que viese nacer, despuntar y exportar el french touch, subgénero house -, sino por ver dónde apuntan las intenciones de su responsable. Esas reflexiones sobre lo cíclico del tiempo –evidenciadas con la repetición de pautas de costumbres en las novias del protagonista-, ese querer invocar una suerte de eterno retorno con leves variaciones en sus patrones tanto para modas musicales como vivencias humanas, se podría haber expuesto de forma bien simple y congruente con lo acontecido en Francia soltando los dos maxis de Roulé que se fundamentan en la repetición ad infinitum de un loop con leves matices de inicio a fin, el So Much Love To Give de Together y el Together de idéntica formación. Thomas Bangalter parece haber dedicado gran parte de su labor en la ingeriería del baile a demostrar que pequeños miniciclos forman un todo condenado a repetirse, que inicio y final están más próximos que separados, algo que luego enunciaría con el One More Time de Daft Punk en modo autoconsciencia –que sí que suena en el film- y que con Get Lucky ya remacharía, pues allí enuncia un ”all ends with beginnings” del todo inequívoco mientras construye música del siglo XXI usando la de 4 décadas atrás. Y que todo esto del tiempo también lo enuncia mejor que Mia Hansen un fragmento del Finally de Kings Of Tomorrow que ella deja sonar sabiamente, ”times marches on never ending”.
En cierta manera similar a la enorme 24 Hour Party People de Michael Winterbottom (en cuanto a usar para narrar a alguien que no fue el gran protagonista en un momento y escena musical relevantes pero que sí que estuvo allí desde el principio, durante y en la caída), los paralelismos no son pocos entre ambas, si bien esto se debe a que cada boom sociológico musical a partir de mil novecientos cincuenta presenta respecto a cualquier otro comprendido entre dicho periodo y hoy día una infinitud de similitudes, o mejor dicho, unos elementos diferenciadores que tienden a cero. Pero mientras Michael reflexionaba sobre la construcción de las leyendas y los mitos usando la cultura pop reciente británica, Mia Hansen aporta cero, a lo sumo un chiste chusco y arquetípico de puro manido (que si es de forma autoconsciente para ir en línea con eso del tiempo entonces chapó), el que se da cuando la vieja se cruza con Paul llegando por la mañana y le reprende por joven sin saber que es viejo –vueltecita de tuerca fulera ahí- y el momento gente hablando del Showgirls de Verhoeven, casi más un desencadenante de guiños y codazos al cuadrado que un ubicar de forma inteligente la trama en un contexto temporal dado, porque si esto lo haces a lo ella, es decir, tras haber puesto el típico intertítulo de rigor ubicando el año de la acción, un poco patán sí que eres. Lo mismo con el pizarrín y los subrayadores, modo mierder de mentar a Marker insinuando que vas a cascarte una reflexión de las suyas y luego el resultado es este.
En cierta manera similar a la enorme 24 Hour Party People de Michael Winterbottom (en cuanto a usar para narrar a alguien que no fue el gran protagonista en un momento y escena musical relevantes pero que sí que estuvo allí desde el principio, durante y en la caída), los paralelismos no son pocos entre ambas, si bien esto se debe a que cada boom sociológico musical a partir de mil novecientos cincuenta presenta respecto a cualquier otro comprendido entre dicho periodo y hoy día una infinitud de similitudes, o mejor dicho, unos elementos diferenciadores que tienden a cero. Pero mientras Michael reflexionaba sobre la construcción de las leyendas y los mitos usando la cultura pop reciente británica, Mia Hansen aporta cero, a lo sumo un chiste chusco y arquetípico de puro manido (que si es de forma autoconsciente para ir en línea con eso del tiempo entonces chapó), el que se da cuando la vieja se cruza con Paul llegando por la mañana y le reprende por joven sin saber que es viejo –vueltecita de tuerca fulera ahí- y el momento gente hablando del Showgirls de Verhoeven, casi más un desencadenante de guiños y codazos al cuadrado que un ubicar de forma inteligente la trama en un contexto temporal dado, porque si esto lo haces a lo ella, es decir, tras haber puesto el típico intertítulo de rigor ubicando el año de la acción, un poco patán sí que eres. Lo mismo con el pizarrín y los subrayadores, modo mierder de mentar a Marker insinuando que vas a cascarte una reflexión de las suyas y luego el resultado es este.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Ahora bien, volviendo al momento One More Time. Suenan Daft Punk en un cine. Un rato largo. Te da ganas de ponerte en pie, de rendirte al baile, de ir al Cien Montaditos, de llamar a alguien a que te meta lo que sea que haga falta en la sala para convertirla en un garito, de despreciar todos los andamiajes de sonido THX usados para reverberar explosiones en vez de para reproducir temazos a todo muelle. Mia Hansen-Love negoció durante dos años los derechos con los franceses para poder servirnos eso. El encono puesto en ello, independientemente de que el efecto final unión música-imagen tenga más del mérito de la una o de los otros, que no sabría decir quién gana al sogatira, es de aplauso. Y de ahí en adelante una tras otra empezaron a caer licencias de temarrales para figurar en la peli. Qué ost, qué barrido por el house de las dos últimas décadas, qué selección, qué gloria de secuencia cuando sueltan el Da Funk por vez primera en una fiesta, qué puta mierda no acordarse de Mr. Oizo. Y qué escenaza cuando el protagonista tiene un momento epifánico, de comprender que una leve variación en el loop ha llegado con la irrupción de las máquinas y otros estilos en sustitución de los Technics MK2 y el french touch, tan solo ver a una chica a lo Magda pinchar con su portátil Hacendado una cosa que él no habría puesto en la vida de jarana. Y qué putada que esta película no la haya hecho Oliver Assayas, lo que podría haber salido con él, joder.
Las coñas con Daft Punk a lo Robert Altman están divertidas e incluso puede que tengan bastante que decir sobre las diferencias entre la imagen pública de los artistas de rock -que ni 2 pasos sin ser jaleados pueden- y los que proceden de la mandanga de baile, que ni les reconoce el puertas de un garito especializado en su género, pero duele que al Guy Manuel le represente un notas clavado a Fernando Tejero. Por muy gilipollas que sea.
Las coñas con Daft Punk a lo Robert Altman están divertidas e incluso puede que tengan bastante que decir sobre las diferencias entre la imagen pública de los artistas de rock -que ni 2 pasos sin ser jaleados pueden- y los que proceden de la mandanga de baile, que ni les reconoce el puertas de un garito especializado en su género, pero duele que al Guy Manuel le represente un notas clavado a Fernando Tejero. Por muy gilipollas que sea.