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Spain Spain · Honor al Sabadell!
Grandine rating:
1
War. Action. Drama. Romance World War II has taken the world by storm, and Europe is feeling its efforts. Back in the United States, however, peace and traquility prevail as the people refuse to get involved. On December 7, 1941, all this would change. Rafe McCawley (Affleck) and Danny Walker (Hartnett) grew up together and learned to fly in the dangerous aviation practice of cropdusting. The two join the U.S. Army Air Corps where Rafe falls in love with a ... [+]
Language of the review:
  • es
June 18, 2009
169 of 247 users found this review helpful
En una escena de "Pearl Harbor", Roosevelt (interpretado por Voight), en un alarde de poder y supremacía, se levanta de su silla de ruedas para demostrar que, si él ha podido levantarse ante una situación adversa, si se ha puesto en pie en esas condiciones, entonces el pueblo americano, sus soldados, sus aviadores, los que luchan por su gran patria, también pueden hacerlo, también pueden renacer, tras el ataque nipón a la base naval de Pearl Harbor.

Justo en ese preciso instante, servidor, se queda amilanado en su butaca, como encogido e indefenso ante una declaración de intenciones de tal tamaño.. pero no, no hablo precisamente de la declaración de intenciones del Roosevelt ficticio (que también), sino del panfleto en general: de los intentos de Ben Affleck por hacernos creer que realmente siente algo por alguien, del empeño de Bay por, y con vaselina, colarnos un puñado de efectos especiales de los de flipar e, intentar así, que su peli sea una peli de verdad, seria, no de mentirijillas, del burdo y repulsivo discurso con que nos rocían constantemente, de esa amalgama de sentimientos patrioteros entre los que se hallan la soberbia, la superioridad y la vulgar estupidez de alguien que nos quiere hacer creer que, ellos, hasta en los peores momentos de su historia eran los mejores, los más buenos y los más santos y, en especial, de las infumables posturas que encontramos a lo largo y ancho del film, del montón de actores aquí humillados, de los valerosos aviadores que podían correr a hostias a cualquier escuadrón japonés o de los cocineros envalentonados en los compases más críticos.

Y, en ese concreto momento, me doy cuenta de que no era amilanamiento, no, sino de que, mi estómago, en un gesto de autosuficiencia, se había retorcido y convulsionado tanto que yo, indefenso, ni me podía mover del sitio. Pero, como decía, es en ese momento, cuando decido levantarme, y dirigirme al lugar apropiado, el inodoro, para regalarle a Bay mi más sentida opinión (equiparable a su engendro) sobre su film: una vomitona de cuidado.
Si es que... quien me mandará comer spaghettis viendo las pelis de este gilipollas.
Grandine
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