El hijo se queja porque Edward se dedica a fantasear acerca de lo que ha vivido. En la niñez le creía todas sus historias, pero en la proximidad de la muerte del padre, le confiesa que no lo conoce. "Es tu problema, no el mío", le contesta Edward, que ha recorrido su propio río, cuyas reglas ha elegido no defraudar, inculcándole al hijo, y a quienes lo rodean, sus ganas de vivir. El padre navega y sigue sus convicciones, inventa su propio relato. Puede que sea incorrecto o incomprendido, pero si no vive con determinación, el hijo no sabrá afrontar su propia vida. La metáfora del río es potente y nos acompaña durante todo el metraje. "Mi padre prefería contar historias", es la incomprensión que ha vivido todo hijo en la medida que entra a la adultez. Será hermoso si comprendes el fondo de las palabras y no te quedas en lo literal. La generosidad del padre con el entorno, particularmente con su hijo, es algo mágico que genera vida más allá de la muerte.

En su lecho de muerte le pide al hijo relatar su partida, lo que vio en el ojo de la bruja, y el hijo ya ha hecho las paces con las historias del padre, desentrañando la verdadera naturaleza de sus intenciones: el amor prodigado a sus semejantes aparece en el funeral, cuando los personajes extraordinarios se acercan a rendirle tributo y a desentrañar lo verdaderamente fantástico de su vida.

Es un final emotivo acerca del amor que pueden cobijar las palabras. "Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final se convierte en las historias". Las aguas del río las irán renovando en el tiempo y volverán inmortal a su narrador.