Película italiana perfectamente orquestada en tres actos, más bien tres puntos de vista para un mismo suceso. Uno se enfoca en la clase trabajadora, el segundo en la clase acomodada y el tercero en la juventud. “Capital humano” es una nomenclatura de las compañías de seguro para cuantificar la valía futura de las personas, pero para el director es también la “calidad” de los seres humanos que intervienen en la trama. Se diría que la pobreza espiritual de la juventud está subordinada a los errores de los adultos, de sus padres, pero la cinta es más fina en su análisis: culpa a la falta de ética de los ricos; al sistema económico donde el dinero es el activo diferenciador; al consumismo que subvalora el arte; al arribismo que a su paso se torna clasista e incluso racista, en suma, los problemas de la sociedad se originan en el sistema en que está inmerso el mundo occidental y que lleva a los individuos a acoplarse a sus reglas predatorias. Los tres actos van develando lentamente la historia, a fuego lento al comienzo, hasta llegar al tercer tramo, cuyo punto de vista es el que desnuda la verdad de lo acontecido, acelerando a fondo y estrellando todas esas pequeñas complicidades familiares en unas consecuencias devastadoras que arrasan con todo a su paso. La estructura narrativa es una vorágine de acciones y emociones que se van por las tuberías, debido a que no hay solución para el dilema que plantea.