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Russia Russia · Stalingrado
Ferdydurke rating:
2
Comedy Under-appreciated and overburdened moms Amy, Kiki and Carla rebel against the challenges and expectations of the Super Bowl for Moms: Christmas. As if creating the perfect holiday for their families isn't hard enough, they'll have to do it while hosting and entertaining their own respective mothers when they come to visit.
Language of the review:
  • es
December 21, 2017
16 of 22 users found this review helpful
Durante mucho tiempo, en la época clásica, el cine servía de evasión, de bonita ensoñación, un espejo en el que mirarse y salir favorecido, un ansia de superación, un cuento de hadas, un ideal de belleza y verdad, un mundo mejor. Quizás pueril y falso, sí, pero también hermoso y esmerado, como si la vida pudiera ser otra cosa, y no este pozo ponzoñoso.
Eso pasó. Llegó la televisión. Había que competir con un artefacto rival que te quitaba el público y el dinero. Había que acercarse a esa población renuente que se quedaba en casa, mirarles a la cara, contarles lo que pasa, montar historias más cercanas. Llegaron los "Marty" y otros animales de compañía para toda la familia.
Y siguieron pasando los años. Estados Unidos perdió la inocencia, se llevó un chasco. El espejito le decía que ya no era la más guapa del reino, que también era fea y de pecados estaba llena.
Miraron para otra parte. Hacia la vieja Europa. Copiaron sus formas. Hicieron un cine más concienzudo, rudo y veraz, más político, existencial y personal. Casi, casi, como si fueran de la Nouvelle Vague.
La rueda seguía girando (se me van a acabar las metáforas de transición temporal, tengo pocas), el polvo de los segundos cayendo, y esa generación dejó paso a la siguiente (o a la misma pero más aviesa), más infantil, conservadora y escapista, una vuelta a los orígenes fantasiosos, pero desde un punto de vista mucho más infantil y aventurero. El flujo y reflujo de la Historia, a grandes rebeldes o innovadores suelen sucederles otros mucho más prudentes, a los estilizados con ínfulas, los artesanos humildes, y así, sucesivamente, se repiten las modas y los ciclos en el eterno retorno del arte y el tiempo.
Bueno, y ya por fin, tras tanto viaje (somero, superficial y muy sesgado y lleno de agujeros), nos acercamos al ahora engorroso. Pero todavía hay que dar marcha atrás un poco más. Quizás a los noventa. Tal vez a los Farrelly (ellos no lo inventaron, venía de, por ejemplo, "Porky's", allá en los lejanos ochenta, aunque en realidad desde siempre, podemos rastrearla, esta pista o huella, en la literatura, salvando todas las distancias, desde los orígenes griegos en escritores como Aristófanes, pasando por los clásicos latinos como Apuleyo, siguiendo con Rabelais, Quevedo,... la veta de humor escatológico está incorporada a nuestra especie desde el comienzo, el caca culo pedo pis tiene el éxito asegurado, va con nuestros genes, es nuestro mínimo común denominador, todos lo compartimos y nos partimos de (la) risa, ¿a que sí?). Me refiero a que el espectador ya no va al cine a mirar al cielo como al principio (en los años dorados del clásico), al frente o hacia dentro como más adelante, en la era aquarius, sino que ahora tienen que echar la vista al suelo, incluso más abajo, al poco visitado alcantarillado, a esas aguas fecales llenas de todos nuestros líquidos y desechos. Y en esas estamos. Que vamos al cine a desahogarnos. A purificarnos. A practicar la ablución o la depilación (espiritual). A limpiarnos por dentro y a relajarnos (los esfínteres) por fuera. A echarlo todo. Desde la primera papilla hasta el último zurullo. El cine convertido en un urinario o estercolero, un váter o en el mejor de los casos un masaje (por supuesto, con final feliz).
Por otro lado, las mujeres al principio solían acompañar al héroe masculino en un recatado y discreto lugar. Eran santas o arpías, bellacas o diosas, vampiresas o monjas, pero, en cualquier caso, con un halo de grandeza. Idealizadas, soñadas, deseadas, admiradas, temidas, queridas. Quizás vaporosas, estilizadas y adoradas.
Con el tiempo, fueron perdiendo la magia, cayendo del pedestal, desapareciendo incluso, siendo invisibles o vulgares, atractivas o anodinas, casi iguales.
Hasta hoy mismo. En que ya completamente se han liberado (hay una regla fija que nunca falla, si aparece esa señal en cualquier tipo de representación, artística o no, es que hay liberación, reivindicación y felicidad aseguradas. Se trata de mostrar a decenas de mujeres en un espacio cerrado gritando enloquecidas, en estado de trance, ante la contemplación espeluznada, y paroxísticamente extasiada, de inefables cuerpos desnudos masculinos). Para copiar la versión más cafre y oligofrénica de sus pares varones. Para hacer y decir cosas que si las dijeran o hicieran ellos, se llenaría esta página de críticas seria y justamente indignadas, con las manos en la cabeza, y con una palabra recurrente siempre en las mientes, y que casualmente suele aparecer con tropical fertilidad, sí, el tan querido por todos... (aparece hasta en los telediarios) conjunto de letras y sílabas... que dice... (todos a una)... "machista" (minipunto para mí, ya estoy más cerca del paraíso. Es como la bandera yanqui en sus producciones nacionales). Serían tachados de trogloditas, patanes y lerdos (con razón). Denunciados y expulsados del reino de la sana moral y las buenas maneras (por nosotros los primeros). Pero son mujeres. Y con ellas todo vale. Se les puede hacer cosas que con los hombres ni se atreven. Se las puede convertir en gorrinas de charca chapoteando entre inmundicias y ordinarieces, entre grosería infinita y grotescas procacidades. Y no solo eso. Todavía peor. Además se las echa al barro de la sensiblería más vergonzosa y ridícula. Para que a las pobres no les falte de nada. Guarras, pedorras y, además, lacrimosas. Si este es el camino, se confirman los peores temores y ya es hora de echar el cierre.
Pobres mujeres.
Sí, lo habéis adivinado. Esta película es el resultado aberrante, gritón, barullero, bullanguero y pringoso asqueroso de la celebración de la zafiedad como triunfo de la comedia, la exaltación de la estupidez como signo de los tiempos y la recuperación de la sentimentalidad más gruesa como insulto al espectador que, se supone, que piensan que, además de cerdo, tiene su corazoncito lleno de mermelada.
Así nos va. Y es solo el principio. Negros augures. Estamos bajando por el tobogán y ya nadie nos detendrá.
Ferdydurke
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