Película con un obsesivo deseo de dejar huella, trascender e impresionar. Vocación de estilo, solemnidad, grandilocuencia e ínfulas.
Historia criminal sencilla (policía recién jubilado busca a un asesino de niñas) hinchada por una forma aparatosa. Morosa, pesada y repetitiva; hay una pauta narrativa básica en la que se insiste una y otra vez: Jerry (soberbio Nicholson) investiga/descubre algo, tiene una escena/diálogo con un actor/actriz de relumbrón, hay una transición con paisaje bonito y música sugerente... Nicholson deduce algo...
Hay un intento forzado por adensar e hipersignificar; se estiran las escenas innecesariamente y se llenan de posibles símbolos o dobles lecturas. A esto hay que unirle la aspiración de reflejar las sensaciones y desconexiones de la mente enferma de Jerry, su inercia enloquecida. Y, finalmente, tenemos un impresionante muestrario de actores, una tremenda representación de lo mejor del cine americano (la lista es larguísima y muy brillante) que, inevitablemente, necesitan su momento de lucimiento, con lo que la historia se detiene y apelmaza cada poco para que asistamos al suma y sigue interpretativo; se sacrifican el ritmo y el lógico fluir narrativo. Todo ello provoca que la historia padezca un peso mastodóntico sobre sus delgadas espaldas; un argumento demasiado sencillo que sucumbe ante tanta ambición artística y autoral, que languidece y casi se queda en nada. A pesar de todo lo dicho, este ejercicio de estilo depara imágenes hermosas, la banda sonora es adecuada y se consigue un tono lírico que escapa del tópico comercial y la narración más rutinaria; interesante película pero un poco hueca e inane; mucha pegada y aparato pero poca fuerza y sustancia. Es, en definitiva, una rareza; una curiosidad bella y fría que se queda en poca cosa.