Lo de siempre; en la eterna competición entre la estupidez y la maldad nunca hay un ganador definitivo; acaba siempre en empate técnico; pero por el camino, para aguantar la larga travesía por el desierto de la infamia, necesitan alimentarse ambas, a ser posible, con carne humana; de ahí que a cada poco, todos los días en verdad, se hagan generosos sacrificios en sus nefastos nombres. Y este es el desgraciado caso.
La ignorancia y el morbo aliados para devastar a esta buena familia. Más el interés (económico, principalmente), que nunca falta a la cita.
Todo esto, si nos fiamos de lo que nos muestra la película; ya que es evidente que está a favor de esos padres adventistas del séptimo día (una rama del protestantismo que proclama la inminente segunda llegada de Cristo y que se caracteriza por su insistencia en las sanas costumbres -el cuerpo es nuestro templo, se dicen convencidos). Se deja claro desde el principio que el único responsable de la tragedia fue el Dingo (esa especie de perro-lobo australiano), y se rechazan de plano delirantes, y también repugnantes, cutre-teorías sobre posibles rito satánicos u otras boberías de jaez parecido.
Pero aunque dudásemos y sospechásemos de esa buena gente, solo por lo idiota de la otra posibilidad, de la otra "alternativa", solo por su poca credibilidad, tendríamos que dejarles libres; aunque solo fuera por la "famosa duda razonable".
La película está bien. Y mal. Evita derroteros sensibleros y obviedades excesivamente morbosas. Eso en su haber, que sea mesurada y contenida. En su debe, que aporta poco más allá de unos hechos cronológicamente narrados; nada nos cuentan del trasfondo, de la intrahistoria, de los manejos de los poderes públicos y privados que, seguro, movieron el asunto con fines posiblemente turbios; solo nos presentan a una población imbécil (para variar), a una prensa aberrante (vaya novedad) y a unos profesionales ineptos y malintencionados, dícese de policías, forenses y demás ralea (no me lo creo, menudo misterio); y, por supuesto, a unas víctimas inocentes y superadas.
Streep está soberbia, sin los virtuosos trucos interpretativos, tan manieristas como cargantes, que iría adquiriendo y/o acumulando durante el paso de los años de su imbatible estrellato regado de numerosos premios que nos gustan tanto; aquí está más aséptica y humilde, con el mismo carácter e inteligencia, sutil también. Neil la acompaña correctamente en un discreto segundo plano, como parece que pasó en el matrimonio "real", donde ella era más... todo.