Llegaba el cine sonoro y con él una nueva adaptación del célebre caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide, la cual se unía al grupo de clásicos del terror de la década de 1930.

La historia, adaptando la novela de forma libre, esta vez decide optar por un Hyde más animal, primitivo y violento, alejado de la sabandija lujuriosa que podíamos observar en la versión muda. Dichas características se materializan a nivel físico, donde vemos a un monstruo de rasgos neandertales y movimientos simiescos. Grandísima y sufrida interpretación de Fredric March, que llega a provocar rechazo, pena y agotamiento. El maquillaje, perfecto.

La película hace alarde de una retahíla de técnicas cinematográficas usadas como recurso narrativo, y creo que es lo más interesante del film. La cámara subjetiva, con la cual comienza y a la que recurre en numerosas ocasiones, mete al espectador en la piel del científico. Los planos partidos mediante una línea diagonal muestran dos escenas que suceden a la vez y están relacionadas de alguna forma, mientras dicha línea se mueve con ojo estético para realizar las transiciones entre ambas. Y bueno, luego asistimos a toda una diversidad de planos, donde al subjetivo lo acompañan primeros planos, planos cortos, picados, contrapicados… Así como numerosos y elegantes movimientos de cámara. La ambientación, de influencia expresionista, nos presenta escenarios científico-góticos tan propios de las producciones de terror de la época.

La duración sobrepasa los 90 minutos, lo que la hace más larga que sus coetáneas del horror, aunque no lo parece gracias a un ritmo ligero, su esteticismo, y su temática provocadora, inherente a la obra que adapta, pero nunca vista en la gran pantalla con tanto erotismo (gracias en gran parte a la sensual Miriam Hopkins). Los efectos especiales han envejecido bastante bien, al contrario que el romance central, típico, forzado y, con el tiempo, ridículo. La moraleja final es más bien moralina, y creo que en el desarrollo se pierde un poco la idea de la naturaleza dual humana en pro del espectáculo despiadado de la criatura. En cualquier caso, son pequeños detalles que no afectan demasiado a una gran película con un acabado adelantado a su época, que rompía con la teatralidad y abrazaba el cine explorando su arte.