No encontré en “Moon” la burla al espectador que temí pudiera encontrar, ni giro argumental imposible; si por el minuto 20 piensas: “creo que ya sé”, seguramente no andarás muy descaminado, y agradecerás al director que no base su película en un “¡oh!”.

Pero no se trata de eso, el truco es que “no hay truco”, la intención es otra, la profundidad mayor, la empatía absoluta.

Tampoco me detuve a “pensar con malicia” sobre sus supuestas ingenuidades, ni encontré satisfacción en desvelar el porqué del mago y sus trucos, y exacerbar errores que no son tales… En películas así, de tanto pensar “es que es imposible...” acabas por perderte lo que el director quiso de verdad compartir.

Preferí dejarme llevar por las sensaciones que la correcta, y por momentos emotiva, interpretación de Sam Rockwell me transmitía.

No quería saber “como era posible”, ni pensar en variables o mejores soluciones que a todos se nos ocurren en la tranquilidad del sofá, solo quería saber que sentía Sam, como podía vivir con ello, pensando que quizás, en su respuesta, hallaría alguna verdad aplicable a lugares más cercanos y sin embargo igual de inhóspitos y alienantes que la luna…