Si vemos un torero “newyorkino” paseando tranquilamente con su traje de luces por la sexta avenida en dirección a la plaza de toros más próxima de México, posiblemente no nos causaría tanta extrañeza como ver al detective que nos presenta José Luís Garci.

El trabajo de Alfredo Landa en este papel resulta anodino y próximo al esperpento, una representación nada convincente para un guion totalmente burdo y carente de interés.

El único recuerdo real de la película una vez vista, es el de las calles de Madrid, de ese Madrid de 1981 que con su gente, sus cabinas, sus tiendas, sus coches ya solo existe nostálgico escondido entre nuestros recuerdos.