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Davina Santos rating:
7
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Drama
A Swedish family travels to the French Alps to enjoy a few days of skiing. The sun is shining and the slopes are spectacular but, during a lunch at a mountainside restaurant, an avalanche turns everything upside down. With diners fleeing in all directions, mother Ebba calls for her husband Tomas as she tries to protect their children. Tomas, meanwhile, is running for his life… The anticipated disaster failed to occur, and yet the ... [+]
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- es
April 16, 2015
19 of 23 users found this review helpful
¿Cuál sería su reacción si, durante una estancia en los Alpes, un alud se precipitara imparable sobre usted y sus hijos? Seguramente, responderá que su reacción sería como la de Ewan McGregor en Lo imposible: agarraría a sus hijos y, sin titubear, saldría corriendo en dirección contraria. Todo un ejemplo de buena conducta, es usted un ciudadano ejemplar, le respondería Öslund, con sorna.
Sin duda, esta película nace como respuesta a la de Bayona. El planteamiento, de nuevo, es sencillo: una pareja decide relajarse contratando una estancia de cinco días en un resort francés (ya que esta parece ser la única manera de pasar tiempo en familia), pero las cosas no salen según lo esperado. Los compases de “El verano” de Vivaldi imponen un ritmo subyugante a una tensión de una sutileza bergmaniana, retratada a través de una fotografía trabajadísima, que avanza in crescendo hasta el advenimiento del momento clave, en el cual un alud interrumpe la comida de los personajes para desatar el pánico y sumir la pantalla en blanco.
Mas esta es una producción puramente sueca, y los personajes reaparecen minutos después para volver a sentarse a la mesa, compungidos. Resulta que la avalancha había estado controlada en todo momento y que lo que habían visto abalanzarse sobre ellos no era más que “humo de agua”. No obstante, no se ríen de lo ocurrido: algo ha cambiado para siempre en el seno de la aparente familia idílica.
Sin duda, esta película nace como respuesta a la de Bayona. El planteamiento, de nuevo, es sencillo: una pareja decide relajarse contratando una estancia de cinco días en un resort francés (ya que esta parece ser la única manera de pasar tiempo en familia), pero las cosas no salen según lo esperado. Los compases de “El verano” de Vivaldi imponen un ritmo subyugante a una tensión de una sutileza bergmaniana, retratada a través de una fotografía trabajadísima, que avanza in crescendo hasta el advenimiento del momento clave, en el cual un alud interrumpe la comida de los personajes para desatar el pánico y sumir la pantalla en blanco.
Mas esta es una producción puramente sueca, y los personajes reaparecen minutos después para volver a sentarse a la mesa, compungidos. Resulta que la avalancha había estado controlada en todo momento y que lo que habían visto abalanzarse sobre ellos no era más que “humo de agua”. No obstante, no se ríen de lo ocurrido: algo ha cambiado para siempre en el seno de la aparente familia idílica.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Así, con un humor negro que eleva el componente dramático de la película, aprendemos a través de diferentes conversaciones lo sucedido durante la avalancha, que es que Tomás, el padre, ha huido despavorido, dejando a su familia sola ante el peligro. No obstante, su orgullo le impide admitirlo. Él es el cabeza de familia, el patriarca. ¿Qué pensarán los demás si admite que huyó, preocupándose únicamente por salvar el iPhone y los guantes?
Por lo pronto, una de las compañeras de viaje de la pareja opina, desconsolada, que su novio reaccionaría de la misma manera. La otra, más liberal y descreída, prefiere no hacer declaraciones al respecto, pero se palpa la incomodidad en un ambiente de tintes hanekianos. ¿En qué nos estamos convirtiendo? es la pregunta que subyace. La reacción de Tomás parece justificarse con el hecho de que nadie sabe cómo puede reaccionar en una situación límite, pero la idea que se desprende de este afán de relativizarlo todo es que vivimos en una sociedad en la que cada uno mira únicamente por sí mismo y que la vida es un eterno “sálvese quien pueda”.
La más joven de las acompañantes afirma que, aunque confía en su novio, un divorciado que supera ya la cuarentena, pertenecen a generaciones muy diferentes, y que, mientras que la suya intervendría, la de los nacidos en los 70 se desentendería. Sin embargo, ¿de verdad creemos que esos niños que se encierran en el cuarto y que repudian a sus padres tras cada discusión, aferrándose a sus pantallas, algún día verán más allá de su ombligo? Lo más probable es que adopten la actitud de su padre, que también encontramos reflejada (si bien de una manera mucho más cínica) en el personaje que interpreta Waltz en Un dios salvaje, de Polanski.
En definitiva, la verdadera esperanza reside en la madre, que precipita la catarsis de su marido (la profecía del gurú pelirrojo se cumple, al final sólo necesitaba gritar, aunque fuera entre sollozos) y permite su particular redención al desaparecer durante un momento para que él pueda sentir que vuelve a tener las riendas de la familia en el momento en el que la encuentra, convencido de que “lo logramos”, aunque haya dejado a sus hijos desamparados en la nieve mientras la buscaba.
Por último, el controvertido final es digno del mejor Buñuel y pone la guinda a lo que es una ácida crítica a la Europa moderna, tan liberal, tan avanzada, que ha enterrado los valores humanos bajo vistosas capas de nieve artificial. Que viva el progreso.
Davina Santos
Crítica para www.12criticossinpiedad.blogspot.com.es
Por lo pronto, una de las compañeras de viaje de la pareja opina, desconsolada, que su novio reaccionaría de la misma manera. La otra, más liberal y descreída, prefiere no hacer declaraciones al respecto, pero se palpa la incomodidad en un ambiente de tintes hanekianos. ¿En qué nos estamos convirtiendo? es la pregunta que subyace. La reacción de Tomás parece justificarse con el hecho de que nadie sabe cómo puede reaccionar en una situación límite, pero la idea que se desprende de este afán de relativizarlo todo es que vivimos en una sociedad en la que cada uno mira únicamente por sí mismo y que la vida es un eterno “sálvese quien pueda”.
La más joven de las acompañantes afirma que, aunque confía en su novio, un divorciado que supera ya la cuarentena, pertenecen a generaciones muy diferentes, y que, mientras que la suya intervendría, la de los nacidos en los 70 se desentendería. Sin embargo, ¿de verdad creemos que esos niños que se encierran en el cuarto y que repudian a sus padres tras cada discusión, aferrándose a sus pantallas, algún día verán más allá de su ombligo? Lo más probable es que adopten la actitud de su padre, que también encontramos reflejada (si bien de una manera mucho más cínica) en el personaje que interpreta Waltz en Un dios salvaje, de Polanski.
En definitiva, la verdadera esperanza reside en la madre, que precipita la catarsis de su marido (la profecía del gurú pelirrojo se cumple, al final sólo necesitaba gritar, aunque fuera entre sollozos) y permite su particular redención al desaparecer durante un momento para que él pueda sentir que vuelve a tener las riendas de la familia en el momento en el que la encuentra, convencido de que “lo logramos”, aunque haya dejado a sus hijos desamparados en la nieve mientras la buscaba.
Por último, el controvertido final es digno del mejor Buñuel y pone la guinda a lo que es una ácida crítica a la Europa moderna, tan liberal, tan avanzada, que ha enterrado los valores humanos bajo vistosas capas de nieve artificial. Que viva el progreso.
Davina Santos
Crítica para www.12criticossinpiedad.blogspot.com.es