El dolor por las personas queridas fallecidas y su superación se almibara con filosofía barata, con sentimientos azucarados al estilo norteamericano, con romance pastelero sólo apto para adolescentes, con cancioncillas empalagosas. El resultado es un pringoso potingue indigerible que llega a provocar rechazo físico: se pone pastosa la boca, pegajosa la lengua, pringosos los
dientes. Al terminar se precisa un enjuague bucal y un cepillado de dientes.
Es que una cosa es hablar de temas tristes y duros de tal forma que se capte el interés del espectador y otra, como es este caso, hacer perder el tiempo al espectador con falta de criterio, sensiblería barata, ¿escenas cómicas? y superficialidades disfrazadas de supuestas profundidades.

¿Quién le ha dicho a Jennifer Aniston que es actriz? Supongo que su peor enemigo (y el nuestro ahora); lo único expresivo de Aniston es su melena, y esto es más bien mérito del estilista.