Cuando vi esta película pensé que sería la típica caramelada insulsa. O que fallarían miserablemente en la ambientación, o que los niños serían repelentes, o que se desinflaría la narración en algún momento, o que estaría mal dirigida... y en todo fue diciéndome: NO, NO, NO y NO.

Y cuando ya había acabado pensé: bueno, ahora los créditos y ya. Y resulta que los créditos homenajean a nada menos que Lotte Reiniger pero llevando al grado máximo su arte, es decir: hacen lo que la mismísima Lotte hubiera hecho de contar con la tecnología de nuestra época.

De verdad. Hasta lloré de tanta alegría, de tanta belleza. Para mí, si hay una película infravalorada es esta.
Y es triste, porque a todas las preguntas en contra que le hacía yo a esta película, la serie de Netflix responde alborozada: Sí, sí, sí, y aún tengo más síes guardados si te atreves a ver más allá del primer capítulo.

No digo que sea la mejor película de la historia. He aprendido a no ser tan superlativo porque hay tanto cine y tantos momentos que cambian nuestra percepción a lo largo de la vida que tal afirmación supone una apuesta personal muy meditada. No suelo meditar tanto estos temas, simplemente. Pero a mi entender es una película bonita, agradable, entretenida y que tiene una dignidad y un carisma difícilmente superables.

Consigue que amemos a los niños Baudelaire como en la novela, sin verlos como unos repelentes insufribles (ehem, Netf...). Cuando nos dicen que son atractivos e inteligentes allí están ellos para demostrar que cada palabra es cierta. Resultan creíbles.