The Riot Club es una suerte de El lobo de Wall Street pero en Oxford y sin Bolsa de por medio. Es decir, unos cuantos adolescentes de fiesta continuamente y pasando de todo entre conversaciones banales. El mayor atractivo de la película es ver a los actores, porque es un desfile de la flor y la nata de la nueva actuación británica, los que andan entre los treinta y pocos y los veintitantos. Natalie Dormer, Max Irons, Sam Claflin, Douglas Booth, Holliday Grainher, Harry Lloyd, Jessica Brown-Findlay... todos hacen lo que pueden, pero es que no había más donde rascar. The Riot Club no tiene una verdadera historia que contar. Es un conjunto de anédotas sin un verdadero armazón dramático para mostrar las perversiones (light, ¿eh? tampoco se trata de Bret Easton Ellis) de la joven aristocracia británica.

Lo mejor: Los jóvenes actores
Lo peor: No tiene argumento