No es de extrañar que a China y sus gobernantes no les gustara nada El último emperador. Nunca es agradable que tus miserias sean expuestas.
Bernardo Bertolucci filmó su obra maestra con este retrato no sólo de la vida de Puyi, último emperador de China, sino también de los comienzos del régimen comunista auspiciado por Mao y Chiang Kai-Shek, entre otros líderes. Y lo hace con enormes dosis de realismo y con una narración cinematográfica que es sencillamente excelente. No quieran saber, además, el efecto que causa en el espectador que la película se filmara realmente en la Ciudad Prohibida, de una belleza en pantalla que sobrecoge. El guión enlaza con enorme belleza y brillantez los flashbacks sobre la vida en palacio de Puyi y su forzada abdicación, y sobre todo la narración en presente, con el drástico cambio que ocurre en su vida con la llegada al poder del Partido Comunista. Escenas como la inicial, con sus intento de suicidio, o ese aterrador desfile casi final, se quedan para siempre en la memoria del espectador, como también lo hace el emotivo epílogo (¿o será ensoñación?) o la llegada del jovencísimo emperador a la Ciudad Prohibida por orden de la Emperatriz Viuda.
Es, simple y llanamente puro cine, pues tiene todo lo que las mejores películas ofrecen: emoción, espectáculo, medios impresionantes, un guión superlativo, un gran director y unos excelentes actores (atención al trabajo de John Lone, soberbio).

Lo mejor: Casi todo: su elegancia, sus actores, la música, la Ciudad Prohibida, su excelente narración...
Lo peor: Podría haber sido un poco más corta y no habría pasado nada.