Hay algo perturbador en Chicos buenos.
Es una comedia, sí, sin duda. Es heredera espiritual de Supersalidos, una película que ha adquirido estatus de culto por razones que quien esto firma desconoce, pues era poco más que una American Pie para las nuevas generaciones, aunque es cierto que gozaba de una emotividad y una profundidad en su escena final que no tenía la famosa saga protagonizada por Jason Biggs.
Pero sin duda se podría sacar una lectura más profunda de su premisa inicial, y quizás no hubiera estado de más una crítica un poco más clara al peligroso acceso que tienen los niños desde temprana edad al contenidos de adultos en Internet y sobre exposición al sexo. Pero ese no era el juego de Gene Stupnitsky y Seth Rogen. De lo que se trataba era de hacer una comedia gamberra, muy gamberra (y por qué no decirlo, bastante divertida) con unos protagonistas sorprendentemente jóvenes. Al final, el recurso cómico del niño adelantado a su edad, malhablado, sinvergüenza y avezado en sexo (al menos en la teoría) es algo que hemos visto incluso en series españolas como Aquí no hay quien viva, por lo que no nos pilla de sorpresa.
Además, cabe destacar la habilidad que tiene este equipo de cineastas para lograr la emotividad al final, con un epílogo bastante tierno que viene a demostrarnos que estos niños son, valga la redundancia, sólo unos niños al fin y al cabo, y sobre todo hay que destacar el estupendo trabajo de Jacob Tremblay (revelado al mundo con su fabulosa interpretación en Room), Keith L. Williams y Brady Noon, magníficos los tres en un alarde de frescura ante la cámara y carisma.
En definitiva, una película simpática para divertirnos y, por qué no, escandalizarnos un poco.

Lo mejor: Sus tres pequeños protagonistas, el final y su humor irreverente.
Lo peor: Nada es nuevo en ella, y podría haber optado por ser un poquito más "seria".