Con el pie cambiado.
Así es como nos va a pillar esta peli que algunos descartarán por considerar que el zapato no se ajusta a sus juanetes mientras que otros, creo, preferirán caminar con ellos puestos para ver qué se siente mirando en otra dirección.
La historia está basada en una novela de Cornell Woldrich, un autor muy adaptado en el cine negro que, bajo la batuta de Arthur Ripley ( director que no conozco), se transforma en una cinta muy curiosa e indudablemente original.
Steve Cochran y Peter Lorre. Ahí tenemos dos valores seguros que nos van a deleitar con sus impecables caracterizaciones, el uno con su mirada fría, sádica, implacable y el otro con su indiferencia malévola, carente de sentimientos y de alma.
Los buenos son los que fallan un poquito, a mi entender, que no pueden sostener con empaque sus escenas en las que la tensión desciende irremisiblemente, para luego volver a ascender a medida que el acoso y el misterio se va estrechando sobre nuestro protagonista.
¿No tiene lógica la historia?. Eso lo diréis vosotros. Dejá vu, amigos, dejá vu.
Yo, en cambio, gozaré de un buen Napoleón aunque luego me arrepienta, me revolveré intranquilo cuando el taxista se empeñe en no cobrarme la carrera, me sentiré agradecido con las mujeres que odien a la policía y jamás me compraré un mono, ni siquiera de souvenir.
Si tan sólo se molestaran en restaurar la película que no se ve ni hostias, otro gallo cantaría seguro.