Una obra de arte, desde la humilde y peculiar animación hasta la banda sonora que acompaña al espléndido mensaje que nos brinda la historia de Zero, un cortometraje que es más de lo que parece. "El cambio está en nosotros mismos", desde luego. Todo lo que necesitamos para dejar de ser un completo cero, es aceptarnos y querernos tal cual somos, y merecer la aceptación de una sola persona. Así de simple.
Pero no sólo por esa razón me parece una delicia de cortometraje. Sino también, porque refleja sin ningún tapujo (no sé si de forma consciente), la vergüenza de una sociedad superficial y despectiva consigo misma. El mundo se empeña en ponerle un número a las personas, y aquí aparece bastante detallado el número que le otorga la sociedad a determinados colectivos según sus trabajos o sus limitaciones físicas.
Somos lo que somos, dependiendo de la suerte que hayamos tenido al nacer. Como te ven te tratan, dicen. Y Zero critica unos cuantos valores denunciables de una sociedad basada en una absurda jerarquía. Un inocente que va a la cárcel, despreciado por la totalidad de la población, simplemente por haber quebrantado una de sus leyes más aberrantes. Y de pronto, simplemente por dejar de ser un don nadie y convertirse en "algo", los hipócritas le respetan como si nunca hubieran pisoteado sus defectos. Ahora es uno más.
Y lo más cruel de todo: personas que se rechazan a sí mismas y a sus semejantes, simplemente por el número que les han concedido los demás. Zero desafía la estúpida creencia de que un cero no puede multiplicarse por cero, y pese a su valor social, nos demuestra que se merece un 10 en comparación a los déspotas que se creen superiores. Zero representa un corazón que sólo quiere amar y ser amado, en un mundo de prejuicios en el que una cifra es lo único que importa.
Pensaba que el final sería una moraleja tan simple como: un cero no vale nada a la izquierda, pero sí a la derecha. Sin embargo, fue mucho mejor de lo que había esperado. Brillante.