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Spain Spain · Las Palmas de Gran Canaria
Arsenevich rating:
9
Musical. Romance. Drama This romantic musical update of 'Romeo and Juliet' won ten Oscars. The tale of a turf war between rival teenage gangs in Manhattan's Hell's Kitchen and the two lovers who cross battle lines has captivated audiences for four decades. The Stephen Sondheim/Leonard Bernstein score is just one of the reasons.
Language of the review:
  • es
January 8, 2019
4 of 4 users found this review helpful
Son maravillosos los resultados que puede arrojar el género musical cuando combina a la perfección su vertiente argumental con los números de baile especialmente diseñados para coreografiar la intrahistoria. Producen una sensación de disfrute en el espectador que va más allá de la asimilación de la historia, ya que involucra también buena parte de su implicación emocional con la tarea, no siempre pasiva, de la contemplación. Esto es lo que ocurre con «West Side Story», un musical atípico pero absolutamente magistral. Es verdad que muchos podrían argumentar que la historia es demasiado simple y que peca de inverosímil en muchos pasajes, pero la característica principal del género, el vehículo mediante el cual hace llegar su mensaje al espectador, no pasa por la complejidad del argumento ni por la justeza de su guion, sino por la habilidad con la que conjuga discurso y espectáculo. Si nos ponemos a pensar, muchas de nuestras óperas favoritas, como pueden ser «Turandot» o «Rigoletto», también se basan en tramas simples y minimalistas, pero es la yuxtaposición entre historia, música y puesta en escena lo que las convierte en obras maestras. Y además, por si fuera poco, la base argumental que sostiene a «West Side Story» no es otra que una de las obras más emblemáticas del más emblemático de los dramaturgos.

Pero «West Side Story» es mucho más, en mi opinión, que la adaptación de «Romeo y Julieta» al entorno de un barrio marginal de Manhattan. Esta película plantea, con su colorido, su portentosa banda sonora y sus audaces coreografías, un buen manojo de reflexiones acerca de ciertos aspectos de la sociedad que no podemos pasar por alto: la inmigración, la xenofobia, la violencia, el conocimiento del amor y, sobre todas estas cosas, el mundo juvenil y post-adolescente del entorno geográfico, con madres prostitutas y padres borrachos, con autoridades abusivas y desconfiadas e instituciones públicas indiferentes, con un modelo de sociedad que ya desde entonces basaba sus preceptos en el individualismo y la hipocresía, un cosmos desagradable que el film retrata de forma diáfana e inexorable a través de unos diálogos punzantes y unas letras incisivas, a la vez que sumamente artísticas.

Es notable el hermetismo que se aprecia en torno al mundo de los jóvenes que recorren las calles, que se refugian en garajes, que trepan por interminables escaleras de incendio y vallas de alambradas, que juegan al baloncesto en los patios públicos y que se reúnen en un tugurio desvencijado. Hasta tal punto que sólo se observan muy ligeros atisbos del mundo de los adultos, alguna cabeza esporádica que asoma a través de una ventana o la voz de un padre portorriqueño que se oye desde un balcón en penumbras. Por lo demás, el universo de los adultos sólo se manifiesta a través del teniente Schrank (quien, como el príncipe de Verona en el drama shakesperiano, hará todo lo posible por mantener la paz), el agente Krupke y Doc, el dueño del bar. El resto del entorno pertenece a los jóvenes, escenificando esa cerrazón propia de las edades tempranas en las que el ámbito vital parece reducirse a las vivencias más inmediatas.

Los números musicales, el verdadero corazón de la película, son de una intrepidez artística realmente espectacular. La escena inicial, con los «Jets» y los «Sharks» enfrentándose en el parque en una pelea coreografiada, desafía cualquier convencionalismo del género. El fantástico número «America», desarrollado en la azotea, nos ofrece una canción pegadiza e inmortal para retratar las dos caras de la moneda americana en la realidad de los inmigrantes: por un lado, la libertad para pensar y decir lo que uno quiera; por otro, esa misma libertar coartada por los prejuicios y las ofuscaciones raciales. «Cool», sin duda el más complejo de todos los números, ofrece un momento de catarsis tras la desgracia, una manera de estallar hacia dentro, como en una implosión, los sentimientos volátiles del grupo de adolescentes reunidos en el garaje. «I Feel Pretty» nos trae el mejor momento individual de una Natalie Wood deliciosa durante todo el film, y «Gee, Officer Krupke» muestra todo el sentido de sátira hacia las instituciones que sobrevuelan el ánimo de esos jóvenes: familia, autoridad, asistencia social, todos ellos vistos como enemigos, como obstáculos para el crecimiento en medio de la felicidad anhelada y la revolución hormonal que sacude sus vidas. Aquí hay que aplaudir, por supuesto, el enorme trabajo de Jerome Robbins, encargado de todas las coreografías de la película.

La dirección de Robert Wise ofrece pulso narrativo y mucho oficio, lo ideal para lograr la excelencia total junto al trabajo de Robbins y la soberbia performance del gran Leonard Bernstein en la composición de la partitura. Todo ello, perfectamente combinado, da como resultado «West Side Story», un musical que se nos mete en el corazón y que forma parte de la mitología esencial del cine, con sus escaleras y balcones, con sus patios de cemento, sus garajes en penumbra, sus gimnasios convertidos en salas de baile, sus maravillosa pareja protagónica y su muy merecida carretada de premios Oscar®.

Una película perfecta que recrea, entre magníficas danzas juveniles y proezas físicas, la más antigua historia de amor, esa que recorre el tiempo y el espacio desde 1597 hasta nuestros días, y desde la vieja Verona hasta un barrio marginal en la isla de Manhattan, en ese West Side colorido y musical, pero también trágico y nostálgico, que siempre recordaremos.
Arsenevich
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