¿Es el amor el sentimiento más universal y transversal del mundo? ¿Es la falta de este, la amenaza de la soledad uno de los males endémicos de la sociedad de hoy en día? Con estas preguntas y similares sale uno del cine después de visionar “Buscando un beso a medianoche”, a través de cuyas pulcras imágenes en blanco y negro todos podemos sentirnos identificados con esa pareja de almas perdidas pululando por las calles de Los Ángeles el día de nochevieja.

Alex Holdridge factura una película con inequívoco espíritu de cine independiente, pero huye de cualquier tentación de discurso moral, de sentar cátedra, de transcedencia de autor. Al contrario, opta por el mensaje desenfadado, a través de unos diálogos (geniales la mayoría de las veces) de clara inspiración “woodyalleniana” mediante los cuales reflexiona sobre aspectos trascendentales con la apariencia del que despacha otra comedia romántica más. Así pues, “Buscando un beso a medianoche” ofrece algo más de lo que a priori cabría esperar. Sobre todo un guión preciso e inspirado, de ritmo incesante, excepto su parte final algo más sosegada. Y tambien es de justicia recalcar el trabajo de unos actores que hacen suyos a los personajes y desde los cuales vemos reflejadas todas las caras (incluídas las más oscuras) de las relaciones de pareja. Sexo, (des)amor, soledad, melaconlía, infidelidad, aspectos de la vida cotidiana que giran en torno a los personajes como fantasmas a los cuales exorcizar aunque sea a costa de destrozar a los “Scorpions”.

Lo mejor: sus diálogos.

Lo peor: que pierda algo de chispa en su tramo final.