En la era post-Instinto Básico bien valia el morbo para que Michael Douglas se convirtiera en el modelo de actor cuarentón, atractivo y propenso a la metedura de pene antes que a la de pata. Y con dramas y thrillers eróticos a la medida bien valia la pena intentarlo con algún que otro thriller de ése cáliz que ofreciera más redundancia al escándalo, obteniendo así buenos resultados en taquilla.

Pero hay un antes y un después. Barry Levinson no parecía ser el director adecuado para adaptar una historia de Michael Chrichton (que volvía a ponerse de moda gracias al éxito de “Jurassic Park”) en que remarcaba la sed de poder con el fin de alcanzar cualquiet objetivo a toda costa.

Douglas no se andaría por otros derroteros a posteriori. Ha interpretado muchos roles en su carrera. Pero quien se lleva el pastel en su papel de mujer sin escrúpulos, con su mínima dosis de sensualidad, es Demi Moore en su caracterización de ambiciosa ejecutiva con oscuros planes. Dos años después intentaría sin éxito alcanzar el listón con la infumable “Striptease” (1996) de Andrew Bergman.