Hermanos de sangre es una digna obra bélica cuidada con mimo cuyo fin original era la de perdurar en el futuro como una de las más grandes súper producciones de calidad jamás realizadas para la televisión. Y lo cumple. Vaya si lo cumple. Como a día de hoy sigo sin tener ni idea de lo que es el puto emule, hará unos dos años que compré el pack y pude alimentar mi imaginación con los rostros de nuestros queridos abuelos, los tipos más irascibles y que más estopa repartieron durante el siglo XX.

A ratos me conmovió, a ratos me sedujo, por capítulos me desencantó y por otros, en cambio, volví a pegar un brinco mientras me estaba quedando traspuesto. Hay que tener en cuenta algo fundamental para poder valorar esta magna obra desde una perspectiva más amplia: tito Spielberg estaba ahí. Por tanto, no es de extrañar que se alternen capítulos muy buenos con otros que se ve a la legua son puro relleno insustancial destinado a alargar en más metraje la serie para reventar las arcas con total comodidad y, añadiría, impunidad.

Aunque reconozca que en muchos de sus pasajes me parece desigual, la obra compacta adquiere para el observador un tono dulzón con un cierto amargor que, pese a notarse, tampoco interfiere en demasía sobre la monumental obra que se nos ha mostrado. Para un servidor, tanto los capítulos de intendencia como los de la victoria adolecen de la misma chispa interior que nos hace estremecernos en muchos de sus fragmentos. Aún y todo, le concedo con nota el esfuerzo realizado aunque haya sido supervisado fotograma a fotograma por el tito Spielberg. No podía tenerlo todo.