Quizá me equivoque, pero creo que los que acudieron a las salas para contemplar este último desaguisado del cine patrio con algún tipo de prejuicio: comedia española, cine de terror cañí o thriller de mariconetis, quedaría decepcionado ante la limitada propuesta mostrada. Pienso que un servidor tuvo más suerte que este grupo al enfrentarme a la típica chorrada hispana subvencionada sabiendo de antemano que iba a ser un enema de los gordos.

Y hete aquí la sorpresa, pues el supuesto engendro es digerible:

La trama es absurda: ok.
El reparto masculino demencial: ok.
Los gags brillan por su ausencia: ok.
El humor es rancio a más no poder: ok.

Pero no sé, rememoré la vidilla de los viejos barrios y todo ese aroma rancio que desprenden envejeciendo acorde a la edad de sus inquilinos y las llegadas de nuevos asentamientos de hordas urbanas (ejecutivos y gays en su mayoría, si no pregunten en el Soho) que retocan con sus modernistas diseños año tras año los desvencijados barrios... y no sé, la peli me moló. Me recuerda que no hay nada como el campo o la playa para vivir y que las ciudades impersonales no son para mí. Supongo que a veces me pongo sentimental.