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10
7.7
22,325
Sci-Fi. Fantasy
Spoiler warning: Plot and/or ending details follow: Six brave astronomers plan a voyage from Earth to the Moon. They build a space capsule in the shape of a bullet and a huge cannon to shoot it into space. The astronomers embark and their capsule is fired from the cannon with the help of a bevy of beautiful women (played by chorus girls of the Folies Bergères). The Man in the Moon watches the capsule as it approaches, and it hits him in ... [+]
Language of the review:
- es
October 15, 2009
5 of 6 users found this review helpful
Para mí, en Cine, se reconoce a las grandes obras maestras, entre otras cosas, porque el tiempo no les afecta. Pueden haber pasado cincuenta, setenta u ochenta años desde su realización y, sin embargo, se muestran tan vivas y modernas como el día que se estrenaron.
Hay otras películas, esta, por ejemplo, en las que es necesario echarle un poco de imaginación y ponerse en el lugar (y, sobre todo, en el tiempo) del espectador de su época; situémonos, pues, a principios del siglo pasado, en París, e intentemos comprender el increible espectáculo que este cortometraje debió suponer para aquellos que asistieron a su proyección.
Méliès, como todo productor, se dedicó al negocio del cine para ganar dinero, y, para ello, hay que saber darle al público lo que quiere. Y en esos iniciales latidos de lo que luego sería el Séptimo Arte, la gente buscaba, principalmente, ser sorprendida y divertirse. Así, adelantándose a los principios que rigen el cine de autores como Hitchcock o Spielberg, verdaderos genios en lo de mezclar taquilla y calidad (y, si hay que elegir, taquilla sobre calidad), o a la concepción de George Lucas, de invertir en I+D para conseguir los mejores efectos posibles, el francés nos ofrece en este filme toda su artillería pesada: comedia desenfrenada, portentosos efectos especiales, una historia atractiva y bien hilvanada, suspense, acción, aventuras... ¡Por Dios!, si hasta incluye un grupo de chicas ligeritas de ropa (la carne vende, ahora y siempre).
Sí, Méliès fue un precursor, un artista, un mago. Pero, sobre todo, fue un industrial con mucha vista.
Hay otras películas, esta, por ejemplo, en las que es necesario echarle un poco de imaginación y ponerse en el lugar (y, sobre todo, en el tiempo) del espectador de su época; situémonos, pues, a principios del siglo pasado, en París, e intentemos comprender el increible espectáculo que este cortometraje debió suponer para aquellos que asistieron a su proyección.
Méliès, como todo productor, se dedicó al negocio del cine para ganar dinero, y, para ello, hay que saber darle al público lo que quiere. Y en esos iniciales latidos de lo que luego sería el Séptimo Arte, la gente buscaba, principalmente, ser sorprendida y divertirse. Así, adelantándose a los principios que rigen el cine de autores como Hitchcock o Spielberg, verdaderos genios en lo de mezclar taquilla y calidad (y, si hay que elegir, taquilla sobre calidad), o a la concepción de George Lucas, de invertir en I+D para conseguir los mejores efectos posibles, el francés nos ofrece en este filme toda su artillería pesada: comedia desenfrenada, portentosos efectos especiales, una historia atractiva y bien hilvanada, suspense, acción, aventuras... ¡Por Dios!, si hasta incluye un grupo de chicas ligeritas de ropa (la carne vende, ahora y siempre).
Sí, Méliès fue un precursor, un artista, un mago. Pero, sobre todo, fue un industrial con mucha vista.