Sin tiros, sin escenas de sexo, sin violencia, sin frenéticas persecuciones… Parece mentira que alguien pueda pensar que se puede hacer cine sin estos ingredientes, pues sí, sí se puede. Simplemente es arte en estado puro, es como una obra literaria o una ópera en la que se cuenta una historia, una preciosa historia.
Desborda significado, reivindicación y crítica por los cuatro costados. El significado antropológico es innegable, el respeto a las culturas ancestrales sin contaminación del “mundo civilizado” marca pinceladas de rica sensibilidad. La reivindicación de la figura femenina al mismo nivel que la masculina, ni un ápice más ni menos, muestra rasgos de justicia social de la que nosotros, los occidentales, andamos muy escasos. Y por último subyace la idea de liderazgo, que por condición humana existe en todas las sociedades, donde nuestra protagonista de once años bajo viento y marea es capaz de obtenerlo con total merecimiento y reconocimiento y no como ocurre aquí en nuestro primer mundo, donde se eleva a categoría de líder a cualquier pintamonas.
Ayer, cuando terminé de ver la película, sentí sensación de bienestar, de alegría (contenida) me acosté, dormí y soñé que vivía en una isla desierta y paradisíaca, donde era el hombre más feliz del mundo y todo gracias a esta película.
Son de esas historias tan bien contadas que te tocan la fibra.