Una película para televisión mucho mejor que tantas películas hechas para el cine. Sentirla en la pantalla grande tiene que ser toda una delicia, por televisión ya me ha resultado maravillosa. Una increíble sorpresa de la que devoraba cada imagen y cada palabra.
No he visto el antecedente de Losey, acaso Julie Christie sea tan fulgurante como la protagonista de esta película, de particular belleza.
La ambientación (1900) supera la de por sí correctísima factura de tantos otros filmes ingleses. La fotografía de un brillante y cálido verano inglés es antológica. Pero lo mejor es la dirección de actores, todos se muestran impecables dentro de su papel, sobre todo un rapaz cuya interpretación me ha dejado extasiado. Nunca había visto un chaval tan encantador, no soporto las películas con niño, y es él, el mensajero, el verdadero imán de la película que te atrapa desde el principio. Toda la perfección que atesora el film por todas sus esquinas, gira alrededor de este angelote.
El argumento aparentemente no puede ser más gastado, chica bien de familia venida a menos pretendida por gran terrateniente y que se enamora de muchacho pobre. El chaval hace de cartero de los novios secretos con una ética inhabitual para su edad, para verse atrapado en medio del cruel desenlace que se barruntaba, aunque quizá él tenga que ver en la tragedia puesto que oficia sus artes de brujo al respecto.
Quizá lo más bello de esta bellísima película estribe en el amor de un niño de trece años por una joven que le supera en edad. ¿A quién no le ha ocurrido? Ese amor platónico e imposible. Es fundamental cómo la Redgrave le aclara ciertas cosas al protagonista al cabo de muchos años.
Una película así siempre firmaría por verla en la sobremesa de cualquier día festivo.